Basura, grafiti y abandono por parte de las autoridades se aprecian en los arcos que se ubican en el barrio de Hércules. Bajo uno de los mismos, un joven inhala solventes, mientras alrededor, indiferentes, pasan los estudiantes de una secundaria cercana que salen de clases.

El monumento —considerado histórico, pero abandonado por cualquier tipo de autoridad— sirve de estacionamiento para los vecinos, lienzo para los grafiteros y picadero para los adictos de la zona.

Una calle empinada, empedrada y angosta conduce hasta donde están los arcos. Antes, hay que pasar el puente sobre el río Querétaro, con sus malolientes aguas. A unos 50 metros, un puente, también de construcción antigua por su apariencia, luce abandonado. Muchas de las fachadas de la zona, de hecho, están grafiteadas.

Pasando el río la calle se ensancha, permitiendo el paso de más de un vehículo a la vez. Al fondo, los arcos de Hércules; en el piso, la basura se acumula.

Un joven con su trapo bañado de solvente se oculta cuando ve llegar un coche y descienden un hombre y una mujer. Se escabulle por detrás de los arcos. Se oculta en uno que no está tan visible en la bocacalle.

Los estudiantes de la secundaria cercana caminan, deambulan de un lado a otro antes de emprender el camino a sus hogares. Las amas de casa caminan por las banquetas con sus hijos en brazos o frente a ellas.

Una mujer, aún joven, vestida de short y blusa negra, camina a un costado de los arcos. Cruza bajo uno de ellos y se pierde en una de las casas que están a menos de un metro del monumento.

La parte visible de estos arcos de Hércules son menos de 100 metros. Mucho del monumento está al interior de las viviendas que lo rodean y que conforme creció la población del barrio lo fue rodeando, hasta terminar sofocándolo.

Algunas de las viviendas usan los mismos arcos como bardas perimetrales de sus propiedades, rompen su camino, pues la calle se cierra para ambos lados, haciendo una especie de “T” con la calle empedrada de bajada.

Conforme se avanza hacia un lado u otro de la calle, la misma se hace angosta. Un auto, para regresar, sólo lo puede hacer en reversa, ya que no hay forma de maniobrar para dar la vuelta.

La arquitectura de los arcos de Hércules revela, a simple vista, sus orígenes. El aspecto, materiales y manufactura es muy similar al tradicional acueducto de Querétaro, ése que sí aparece en las guías de turismo y es símbolo de la capital del estado.

Las estructuras de los arcos son anchas; los ángulos de los arcos, más abiertos, pero el estilo es muy similar, aunque su altura es menor, apenas sobrepasan los tres metros. Bajo los mismos arcos, además de la basura, se acumula escombro, que quizá los mismos vecinos han tirado en el lugar.

Las bardas hechas por los vecinos a media calle para ganar unos metros a sus propiedades terminan con el monumento que se pierde en la fábrica de Hércules.

En información pública por este medio, en 2012, el entonces delegado del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Manuel Naredo, dijo que es una construcción particular de la fábrica Hércules, y que para efectos legales es una propiedad privada, donde el organismo no puede intervenir.

Mientras, los habitantes usan los arcos también como estacionamiento, y conforme pasa el tiempo, el deterioro de la construcción es más notorio.

La historia cuenta que el acueducto queretano nació en La Cañada y que parte del mismo corrió por un costado de lo que actualmente es Hércules, por lo que cuando la población creció, aún formando parte de La Cañada, la construcción quedó rodeada de viviendas.

Actualmente, alrededor de los arcos de Hércules hay sólo hogares. No hay zonas verdes que sean de uso público ni hay sitios recreativos para los habitantes de los alrededores.

Aunque podría ser un sitio de interés para los visitantes, el aspecto que dan los arcos es poco atractivo. Pese a que la arquitectura luce llamativa, el descuido en el que se encuentra desalienta a visitarlo, pues se percibe un aire de inseguridad.

Los vecinos ven a los extraños con recelo. Apenas mascullan un “buenas tardes” cuando son saludados, además ellos no hablan del lugar.

A unos metros arriba corre la avenida Hércules, angosta, con coches estacionados de uno y otro lado. Los arcos son ahogados, devorados por la mancha urbana. Hace mucho que pasó eso.

Lo bajo de la estructura de un arco permite al joven que se droga esconderse bien de las miradas indiscretas.

No pasa de los 18 años, es un adolescente que inhala solventes, bajo la sombra de la historia, bajo una obra del siglo XVI que se resiste a caer, que permanece de pie, sin el mantenimiento adecuado ni los cuidados necesarios para una obra tan antigua.

Mientras, los estudiantes de la secundaria se retiran y las amas de casa se alistan para la hora de la comida. La calle de Canoas se queda sola.

El calor cercano a los 30 grados obliga a todos a buscar refugio. Cuando eso sucede, bajo los arcos una mujer pasa para su vivienda, cruza por abajo y se esfuma en una de las puertas angostas y bajas de las casas que están alrededor del monumento olvidado.

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