Un hombre conversa en una banca con alguien por teléfono: “No pasaron muchos. Sólo unas cuantas camionetas y ya”.

Jalpan de Serra vive una noche ordinaria, luego de la llegada de los paisanos que salieron en caravana hacia su tierra. Este año no hubo recepción oficial. No hubo grupos musicales ni una gran fiesta. Ello fue a petición de los migrantes, luego del recorrido desde la frontera hasta la Sierra Gorda.

En la megabandera de Jalpan de Serra, donde se llega desde Arroyo Seco, y a ritmo de los Tigres del Norte, las autoridades y habitantes de este municipio dan la bienvenida a los migrantes.

La tarde nublada y fría no impide a los jalpenses salir a las calles para recibir a los migrantes. Portan cartulinas en las que dan mensajes de bienvenida a los paisanos. Echan porras cuando pasan las camionetas con placas de distintas entidades de Estados Unidos.

La alcaldesa de Jalpan de Serra, Celia Amador Enríquez, desciende de una camioneta color blanco. Acompañó desde la frontera a la caravana y a los jalpenses que hicieron el viaje hacia su tierra.

Saluda a los ocupantes de una camioneta que viene detrás. Las unidades de los paisanos se mezclan con los vehículos locales, tanto particulares como de transporte público.

Las fiestas serán en privado para los migrantes con sus familias. Ahora no hay recepción suntuosa, con música de la sierra, bailables y bendiciones sacerdotales, como en otros años.

Las camionetas pasan de largo. Los ocupantes graban videos con sus teléfonos celulares, saludan a los pobladores de Jalpan de Serra.

Los habitantes de la Sierra Gorda deben en parte su sobrevivencia a las remesas de los migrantes. Por eso su regreso se convierte en fiesta. Se vuelve motivo de reunión de familias, de abrazar a los seres queridos, de celebrar el regreso de los hijos pródigos.

Celia Amador dice que este año fue muy rápida la llegada, pues quien tomó la punta de la caravana venía a buen ritmo en la carretera.

Cada vez que pasa una camioneta o un vehículo con placas foráneas es ovacionado por quienes están en el lugar. Las unidades portan un distintivo rojo al frente, para ser identificadas como parte de la caravana.

Las bateas de las pick up lucen llenas de cajas, de maletas, de regalos que traen desde Estados Unidos para sus familiares, para quienes los vieron partir para obtener una mejor vida, para sobrevivir ante las condiciones adversas que prevalecen en sus tierras.

Los corridos que hablan sobre los migrantes, sobre las tristezas que viven lejos de su país, como el racismo, la discriminación, el trabajo extenuante y la inseguridad tanto para cruzar la frontera de ida y de regreso, son el fondo musical para la ocasión.

Los carteles de “Bienvenidos a su tierra” o “Bienvenidos a su casa, donde los amamos”, son los mensajes que los paisanos leen a su llegada.

La alcaldesa de Jalpan regala unas bolsitas a cada uno de los migrantes. Incluso algunas acaban con quienes son habitantes del municipio y que casualmente pasan por ahí.

Los conductores sólo disminuyen la velocidad, mientras los elementos de las policías estatal y municipal coordinan el tránsito. También hay elementos del Ejército mexicano que vigilan al arribo a esta población de la Sierra Gorda.

Luego de no más de media hora concluye el paso de la caravana. Muchos de los participantes toman rumbo a los municipios cercanos, como Pinal de Amoles y Landa de Matamoros. Otros se quedaron en Arroyo Seco. Algunos más se quedan en Jalpan.

Llegan hasta la plaza principal. Estacionan sus camionetas y saludan a algún conocido. Son momentos que guardan para ellos. Son instantes de reencuentros con familiares, amigos, con su tierra, con el olor de los tacos, del pan recién hecho, de un café de olla.

Son sólo eso. Así como llegaron ahora abordan nuevamente sus camionetas y se dirigen a sus casas, a sus comunidades, donde los espera su familia y una cama para descansar luego del largo camino.

Los más jóvenes aprovechan para pasearse en las trocas por el centro del pueblo. Dan vueltas alrededor del jardín. Se detienen unos momentos, prenden el radio con música norteña, o como se le conoce “música regional mexicana”, que sale por los altavoces de las camionetas.

Luego, Jalpan vuelve a la calma. Los puestos de comida alrededor del jardín tienen pocos visitantes. Sólo unos cuantos salen a cenar algo. Quizá la temperatura fría que se siente en el municipio aleja a la gente que prefiere guardarse en casa.

Los días posteriores se organizarán algunos eventos para los recién llegados, como todos los años. Pero esta noche, no.

El hombre sigue narrando a su interlocutor en el teléfono lo que vio, mientras mete una mano en la bolsa de la chamarra para protegerla del frío. “No fueron muchas [camionetas]. Algunos dicen que van a llegar hasta Año Nuevo, pero no se sabe”, le explica a quien del otro lado de la línea lo escucha.

A unos metros pasa una camioneta negra, con rines cromados, con tres jóvenes a bordo. Ellos sí llegaron este día a su tierra. Son migrantes, pues cambiaron los sombreros por las gorras de equipos de beisbol o futbol americano.

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