Es el tercer toro de la tarde, Sango de nombre. Regatea las embestidas, manso, levanta la cabeza buscando la salida y no hace mucho caso al forcado que lo cita, Tripa, quien encabeza la pega y se acerca a menos de dos metros del burel. Tienen que lucirse en la corrida por los 35 años de los Forcados Queretanos. Tienen que arriesgarlo todo.

El toro embiste y Tripa resiste, se cuelga de la cabeza del astado, que da un par de derrotes. Un pitón lo golpea en el pecho de manera brutal. Sus compañeros intentan sujetar al toro, pero cuando Tripa cae al suelo inmovil, se retiran y tratan de alejar al toro.

Los monosabios entran por el caído y lo llevan en brazos a la enfermería de la plaza, para que el médico lo revise y vea si está herido de gravedad; mientras, sus compañeros desde el callejón golpean las tablas del ruedo, primero preocupados por su compañero y luego molestos porque no ha habido suerte como la pensaban tener horas antes, cuando se alistaban para la corrida.

Minutos antes de comenzar el festejo, reciben un estatua de unos forcados haciendo una pega, agradecen el aplauso y reconocimiento de la afición que se da cita en la Santa María. Es su fiesta y la gozan.

Con el primer toro de la tarde, de nombre Dude, hubo suerte en la pega y se llevaron los aplausos, todo pintaban bien para los forcados, quienes en una pasión que muy pocos entienden y llaman locura, enfrentan cuerpo a cuerpo a toros de media tonelada.

Antes de entrar al ruedo se reúnen para darse ánimos y consejos, luego de que ven el comportamiento del toro ante los rejoneadores, con quienes comparten cartel.

Sus rostros revelan tensión. Se hacen algunas bromas para “descongestionarse” o fuman un cigarrillo. Algunos familiares, desde los tendidos, les ofrecen botellas de agua, que con gusto reciben y comparten. El sol cae a plomo, los hace sudar copiosamente y seca las gargantas, situación que se agrava con el polvo de la arena.

Desde el callejón siguen al toro, analizan su comportamiento y predicen si será o no una buena pega a los animales de la Ganadería de Gómez Valle, que comparten con los rejoneadores Jorge Hernández, Pedro Louceiro III, Luis Pimentel y Santiago Zendejas.

El arribo a la plaza fue a pie, desde un hotel ubicado en las inmediaciones de la plaza Santa María, donde los esperaban amigos y familiares que les deseaban suerte, se tomaban fotografías o, como el caso de la esposa de uno de ellos, sólo le quería dar un abrazo antes de partir plaza.

El desfile de forcados llegando a pie, de manera tradicional, llama la atención de peatones y automovilistas. Quienes no son aficionados a la fiesta brava, los ven indiferentes, preguntándose quiénes son, porque visten tan raro. Los conocedores los identifican de manera inmediata y toman fotos con sus teléfonos celulares.

Antes de salir del hotel, unas plegarias frente a una imagen de la Guadalupana. Una reunión donde se alientan y escuchan a José Antonio Montiel Cuyo, su actual cabo, decirles que salgan a divertirse, a disfrutar del toro.

“Me enorgullece, estoy lleno de felicidad, volver a compartir ruedo con todos ustedes y con algunos con los que nunca compartí poder hacerlo. No me queda más que desearles mucha suerte, pedirles mucha convicción, mucho corazón, que dejemos en alto el nombre del grupo Forcados Queretanos; por ello, por el grupo, estamos aquí, no por ninguno de nosotros, por el grupo. Vamos a enorgullecerlo y vamos a demostrar quienes somos”, les dice y remata con una pregunta: “¿Quien quiere pegar?”. Todos levantan la mano, para eso están ahí.

Algunos familiares acompañan en el hotel a los forcados, como Erendira Armenta, esposa del forcado Jesús Hernández, quien no se ha retirado formalmente; dice sentir mucho miedo cuando ve a su marido frente al toro, más ahora que tiene dos hijos.

“Antes de que tuvieramos a los niños, decía: Qué padre. Pero, ahora, con los niños siento pendiente”, explica Erendira, quien con la mirada sigue a Francisco, su hijo de no más de tres años, quien viste de forcado, igual que su padre. Agrega que no le molestaría que su hijo siguiera los pasos de su progenitor, a pesar del peligro que corren cuando están frente a un astado.

En varias habitaciones del hotel, los forcados se visten para la corrida. Bromean, ríen, dicen tener miedo.

Lo más complicado de poner es la faja, que da soporte a la espalda y mide más de cuatro metros. Necesita ayuda de sus compañeros, pues tienen que girar sobre ellos mismos mientras alguien sujeta firmemente la prenda.

Omar Vladimir, forcado, explica que el traje está compuesto de chaquetilla, tirantes, camisa, corbata, taleguilla (pantaloncillo), medias caladas y los zapatos, además del barrete, muy apreciado por cada forcado.

“En vestirnos tardamos unos 40 minutos, en fajarnos que es muy importante, para tener el estómago apretado y no tener algún tipo de lesión. Las fajas son portuguesas”, explica.

Además, precisa que el traje de un forcado es caro, porque la mayoría de las prendas las traen de Portugal, excepto la taleguilla y la chaquetilla, que se hacen en Querétaro.

Agrega que incluso los zapatos son especiales, también de Portugal. La principal característica son una lengüetas, que van sobre las agujetas y ayudan a proteger de los pisotones del toro, pues permiten que la pezuña resbale y no caiga con todo su peso.

Omar, de profesión comerciante, dice que desde hace 16 años es forcado. Señala que cuando ve venir al toro es una emoción muy grande: “Se tiene miedo, se tiene furor, se tiene de todo, pero al fin y al cabo esto es lo que nos gusta y es indescriptible decir lo que se siente, se sienten muchas cosas”.

Añade que se encomienda a las vírgenes de Guadalupe y Fátima, y a Dios, para salir con bien. Precisa que nadie entiende porqué es forcado, sus amistades le dicen que es algo muy peligroso; otros le dicen que es una pasión por el toro, pero no comprenden.

Poco a poco, los hombres ordinarios que llegaron al hotel toman la forma de forcado. Se uniforman y se convierten en uno sólo; como cuando están en el ruedo, donde la suma de las individualidades hace un todo que trata de controlar la fuerza bruta del animal.

Los trajes, minutos antes limpios, ahora lucen con sangre y arena. Los rostros enrojecidos ya son comunes en ellos. La sangre, no siempre es de ellos, sino del toro, a quien al hacerle la pega abrazan y los cubre con el líquido causada por los rejones de castigo.

No se voltean a ver siquiera la ropa. Poco importa que se haya perdido un zapato en el intento de pega, tampoco importan el calor, la sed o los pitones del toro. Importa disfrutar la tarde, de la compañía de los hermanos de ruedo, de sus chistes y comentarios, y más importante, disfrutar del toro.

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