Para Mariana no fue agradable asistir a una escuela de manejo. Para ella, aprender a conducir se volvió un verdadero calvario, pues tuvo que lidiar con un instructor que le gritaba, llegaba tarde, y no respetaba el número de clases que debería impartir.

Esa mala experiencia mermó sus ganas de aprender en una escuela y optó por pedir la ayuda de amigos y familiares. Aunque ahora ni siquiera está en sus planes comprarse un vehículo.

“Tuve una muy mala experiencia, hace tres años pagué alrededor de 2 mil pesos por un curso de manejo, se suponía que debía aprender en una semana, me daban teoría y práctica, pero el conductor tenía muy malos tratos, llegaba tarde a las clases, incluso se rehusaba a darme los dos últimos días de clase porque él decía que ya estaba lista, pero yo sabía que no era cierto. Lo amenazamos con demandar a la escuela porque prácticamente nos estaban cobrando por un servicio que no nos dieron, y terminó de darme el curso pero de muy mala gana”.

Carmen es otra mujer que sí tiene la intención de asistir a una escuela de manejo, debido a que con frecuencia ella sale de vacaciones con su familia.

“Algunas veces mi papá conduce por 4 o 5 horas y yo no puedo ayudarle. Mi hermana, por ejemplo, fue a una escuela de manejo y le fue muy bien, yo he considerado ir a una, pero por mi trabajo no he podido ajustar mis tiempos. Es uno de mis planes a corto plazo.

“Una de las principales ventajas que veo, es que si vas a una escuela de manejo no te preocupas por el carro que conduces, si algún familiar te enseña es lógico que estará preocupado por su carro, y en una escuela de manejo no es así”.

Gusto por el manejo

A pesar de las diferencias de opinión entre alumnos y posibles aprendices en una escuela de manejo, Rodrigo Martínez Ramírez, quien es instructor de manejo desde hace dos años en la escuela Racing Car’s, dice que el buen trato es lo más importante en una escuela de este tipo, pues eso genera confianza y tranquilidad en los aprendices.

Rodrigo, un joven de 22 años, lleva en la venas el gusto por el manejo. A los nueve años aprendió a conducir un vehículo. Su papá ha manejado tráiler toda la vida y por eso creció entre viajes y carreteras, allí nació el gusto por el volante y el camino.

“Llevo 12 años manejando, aprendí a los 9 años, nunca me pasó por la mente entrar a una escuela de manejo, pero por cosas del destino estamos aquí trabajando. Yo aprendí viendo, creo que la edad es muy importante porque uno de niño no tiene límites, no conoce el miedo. Aprendí a manejar en tráiler, me sentía protegido en ese monstruo. Ya traigo en las venas el gusto por manejar. Siempre me ha llamado la atención”.

La pasión por conducir convirtió a este joven en instructor de manejo. En este empleo comprendió que no todos los alumnos comparten el gusto por el volante, sino que algunos aprenden a manejar por urgencia o necesidad, lo que ocasiona que la mayoría de ellos se encuentren nerviosos durante las prácticas.

Entrar en confianza

Lo que marca la diferencia en cada escuela de manejo, dice Rodrigo, es el buen trato de los instructores hacia los alumnos. Adentrarlos en una atmósfera de confianza y relajación es fundamental para que el aprendiz aproveche al máximo la teoría y la práctica.

Rodrigo pone todo su empeño en ello. Saluda a sus nuevos alumnos de una manera cálida, les pone su música favorita e incluso cuenta uno que otro chiste para romper la tensión, son actividades diarias durante sus jornadas laborales.

“Comenzamos con que el alumno se sienta cómodo y confiado, a fin de que todo sea más sencillo y más rápido para los dos. La presentación cuenta mucho, desde el saludo, el apretón de manos, tener siempre una sonrisa”.

Controlar los nervios

Rodrigo señala que lo más importante para controlar los nervios o la tensión del alumno, es que el propio instructor esté tranquilo y seguro de lo que hace. En algunas ocasiones, durante las prácticas, el vehículo se apaga inesperadamente, se tienen problemas para cambiar de carril o para estacionarse, ahí es cuando la templanza del instructor es importante para enfocar al alumno, convencerlo de que todo está en orden, y decirle qué debe hacer para solucionar el problema.

Cada cierto tiempo, dice, alguna clase se complica dependiendo de las capacidades de cada alumno, en algunos casos se tienen limitaciones motrices, por lo que se convierten en un verdadero reto para los maestros.

“Me han sucedido muchos casos en donde de verdad el alumno no me hace caso, algunas personas no saben seguir instrucciones. Hubo un caso en donde una persona no podía mantener derecho el carro mientras conducía, y era un problema porque ¿cómo le explicas a una persona lo que es conducir recto? De cualquier forma siempre buscamos la forma de conectar con el alumno, he tenido alumnos que en ese mismo momento al estar tranquilo, se confía y empieza a hacer las cosas mal, otros se ponen nerviosos o tienen alguna discapacidad física. Cada alumno es un reto”, señala Rodrigo .

“Es más común que la gente llegue nerviosa, apenas tiene un carro atrás y se bloquean, empiezan a hacer mal las cosas y ahí es donde entra esta parte de la conexión con el alumno, decirle ‘relájate, por el otro lado’, siempre buscamos soluciones y no complicarnos más la vida”, comenta el joven instructor.

Google News

TEMAS RELACIONADOS