Sin estar familiarizados con el significado de 'cuartos de escape', Eduardo y Alejandro entraron a uno.

Tras cruzar el umbral no hubo vuelta atrás. El uso de su mente y sus sentidos se activó al máximo frente al reto que se avecinaba.

Durante los siguientes 60 minutos el par de amigos unificó su razonamiento para lograr salir de aquella habitación, en una tarea nada sencilla: salvar a Estados Unidos de un ataque nuclear dentro de la Guerra Fría de la década de los años 60.

“Y si mejor fallamos la misión por cómo están las cosas actualmente”, dijo uno de ellos en tono de broma tratando de disipar su nerviosismo con risas.

Antes de que ambos recorrieran con la mirada el desconocido escenario que se iluminó ante sus ojos, el súbito sonido del cierre de la puerta se escuchó detrás de ellos luego haber recibido las instrucciones.

“Desde ahora ustedes son agentes de la CIA infiltrados en la KGB del gobierno ruso para evitar un ataque nuclear y salir sin ser vistos. En este sobre se encuentran las instrucciones así que léanlas bien. ¡Buena suerte!”, les comentaron los guías del lugar antes de encerrarlos con su razonamiento e intuición.

El cronómetro inició su marcha

Los exploradores se encontraban dentro de una oficina de seguridad rusa, con un escritorio y una máquina de escribir al centro. A la izquierda se encontraba una computadora antigua y funcional con un mapa; además de otros muebles y todas las paredes llenas de banderas de la Unión Soviética, mapas, abrigos y las singulares gorros llamados ushanka, especiales para los fríos de invierno.

Así, Eduardo pasó a ser el agente “Green” y Alejandro en el detective “Allen” envueltos en una ambientación que los hizo viajar varias décadas atrás.

“¿Tú sabes ruso?”, preguntó a su compañero el agente “Allen”. Rieron de nuevo.

“Green” ya había sacado las instrucciones con la primera pista a seguir.

Los elementos la leyeron y comenzaron una búsqueda visual para encontrar en los diversos elementos de la oficina de la KGB algo que les sirviera para localizar el siguiente paso a seguir. Así una y otra vez.

Poco a poco los amigos agentes se dieron cuenta que además había que trabajar en equipo para conseguir la información que necesitaban para salir, no sin antes obtener unos códigos con los que se desactivarían aquellos misiles disparados de Rusia con rumbo a Estados Unidos.

Conforme avanzó el tiempo los agentes fueron descubriendo nuevas pistas, cada vez más complejas, que requerían toda su concentración por una hora.

Los distractores mentales también juegan y consumían valiosos minutos. Sin embargo, los dos jóvenes imprimían parte de su esfuerzo para descifrar el camino a seguir para cumplir su misión.

Dejar afuera del cuarto de escape los teléfonos celulares, hacía que en momentos alguno de los dos agentes llevaran sus manos a los bolsillos en busca del aparato que trae hasta lámpara para iluminar, pero se acordaban de que no lo tenían a la mano, entonces tuvieron que hacer uso de su memoria para recordar todos los datos requeridos y así poder completar su misión.

Los amigos hacían buenas deducciones pero de repente aplicaban mal las teorías y no obtenían resultados. Jugar a contrarreloj también era un elemento de presión más que se sumaba al reto. “Está muy bueno esto”, se comentaron en repetidas ocasiones los jóvenes.

Los agentes “Green” y “Allen” reconocieron que debían buscar donde menos habían pensado; observar más allá de la simple vista superficial y no perder la concentración ni desesperarse, pues es cuando más confusión se presenta en la mente.

Los inexpertos espías necesitaron coordinarse para no dejar de generar pistas. Comunicarse datos de un lado a otro de la habitación para no dejar de avanzar. También ocuparon algunas de las seis pistas a las que tienen derecho quienes entran a los cuartos de escape, cuando de plano no sabían por dónde seguir.

Metidos en su papel, los agentes utilizaron su lógica para encontrar los códigos de desactivación del ataque, pero aún faltaba encontrar las claves para su escape.

Una voz resuena en el cuarto para avisar que se ha hecho un buen trabajo pero para continuar hay que darse un abrazo. A los agentes les cae en gracia y se abrazan amistosamente para después seguir con su reto.

Con menos tiempo en el cronómetro, las últimas pistas fueron las que más les costaron trabajo a los agentes. La apertura de algunos candados atoró su avance en el escape, que no obstante pudieron realizar minutos más tarde.

Sin embargo, esos minutos finales fueron en los que más sintieron el estrés de pensar que no alcanzarían a escapar tras la hora predeterminada. Los amigos consiguieron los códigos para lograr abrir la puerta y recordaron la última parte del mensaje inicial, que terminaba con la frase salir sin ser vistos, así que los agentes “Green” y “Allen” tomaron el abrigo y el par de ushankas para después digitar en la puerta los números con los que finalizaron con éxito su misión de pasar desapercibidos.

“La mente se sugestiona, estás muy cerca de salir pero te traiciona la desesperación al avanzar de los minutos porque precisamente te enfocas en el tiempo y no en la tarea a realizar para salir, que no es nada del otro mundo”, consideró Alejandro después de dejar atrás su papel de agente secreto.

Tanto Eduardo como Alejandro no estaban familiarizados con los cuartos de escape, pero luego de saber de qué se trata, están seguros de repetir la experiencia para activar sus sentidos al máximo.

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