Antonia Carmona vende dulces en la vía pública. El miércoles por la noche, cuando quiso regresar a su casa, junto con cientos de ciudadanos, se encontró con que los camiones no pasaban. La desesperación se hizo presente entre las personas que buscaban llegar a sus domicilios. Ella llegó casi a las 10 de la noche a su vivienda, gracias a que le llamó a un sobrino que pasó por ella a avenida Zaragoza.

Antonia se coloca bajo la sombra de un pequeño árbol sobre avenida Constituyentes. Su puesto, una mesa de madera que, dice, deja en un local cercano donde le permiten guardarla en la noche, luce llena de dulces, chicles, algunas frituras y cigarros.

Ahí, narra que el miércoles en la noche terminó de vender, como lo hace todos los días, y caminó hacia avenida Zaragoza, donde espera la ruta que la lleva a su domicilio.

Cuando llegó a la parada del camión notó que había mucha más gente de lo habitual. A largo de los minutos y no pasaba el camión que la llevaría a su domicilio. “A las siete y media estoy en Los Arcos, donde pasa la ruta 28, pero no pasó. Llegué a las 9:40. Como no hubo camiones no llegué temprano”.

Recuerda que cuando notó que no pasaban los camiones y era tarde, le llamó a uno de sus sobrinos para que la auxiliará y pasará a recogerla. Fue la única manera en la que pudo llegar a su vivienda, en una de las zonas que circundan la ciudad.

Precisa que en la parada en donde espera el camión, se acercaron varias patrullas, ofreciendo el servicio de transporte a los ciudadanos, pero a ella le causó temor la idea de subirse con los policías.

Los usuarios

Los uniformados decían a los ciudadanos varados que iban rumbo a avenida 5 de Febrero. Algunos aprovechaban el servicio. Otros, preferían esperar la llegada del camión.

En algunos sitios de la ciudad se observaron escenas parecidas, donde los policías ofrecían el servicio a la ciudadanía, pero en muchos casos, se negaban a subir a las patrullas.

En Corregidora Norte, unos oficiales “rogaban” a un grupo de jóvenes subir a su unidad, pero los muchachos se negaron varias veces.

Antonia recuerda que las paradas estaban llenas de personas que querían llegar a sus destinos, pero se encontraban desesperados. Muchos optaron, como Antonia, por llamar a algún familiar, para que pasara por ellos.

El humor de los usuarios, un día después del paro de transportistas, no es el mejor. Muchos no quieren hablar. El enojo es notorio, tanto con la empresa que presta el servicio como con las autoridades estatales y municipales. La gran mayoría optarían por usar otro servicio, pero no lo hay.

Por la mañana del jueves, en algunos sitios de la ciudad se observan “camiones de reserva”. Son unidades de empresas privadas de transporte de personal y del DIF, que están a la espera de una contingencia para actuar.

Se ven sobre Zaragoza, Ezequiel Montes, Universidad. No son necesarios. El servicio es normal, al menos por la mañana.

Antonia vende todos los días en ese sitio. Aunque en ocasiones enfrenta la competencia de otros vendedores que se colocan ahí, a pesar de no contar con permiso, como lo tiene ella.

José Luis García espera a sus familiares afuera de la estación del Qrobús que se ubica frente a Plaza de las Américas. Dice que es usuario del sistema de transporte, aunque no le afectó el paro del miércoles, pues es jubilado y sus actividades son otras.

Consecuencias del paro

Explica que otros miembros de su familia, principalmente estudiantes, se vieron afectados por la falta de transporte, pues no pudieron llegar a tiempo a sus actividades.

“En sus casos no encontraron transporte. Afortunadamente, como es chiquita la ciudad encuentras alguien que te lleve. Eso sucedió ayer, pero fue un problema muy fuerte”, abunda.

Enfatiza que el gobierno debería de planear estas situaciones y si va a llegar a un acuerdo que lo llegue sin afectar a los demás, principalmente a los usuarios que “somos los que mantenemos todo esto”.

“No sé si sea la culpa de los transportistas o de gobierno, o de ambos, pero creo que estamos en una ciudad que está creciendo demasiado y que deben de darle solución a esas cosas.

“No llegar a esas instancias y a esos problemas. Si ellos, el gobierno sabe que van a pasar estas cosas, que se pongan de acuerdo.

“Creo que es falta de madurez, de todos, de la gente que maneja los camiones, falta de profesionalismo, de conciencia, pues para eso están. Les pagan mucho dinero para que hagan su trabajo oportunamente”, subraya.

En su caso, dice que un pariente suyo estudia y trabaja, y que el paro le impidió llegar a sus clases.

En el caso de los menores se exponen a que les pase algo estando tanto tiempo en la calle.

Otro caso, fue una familiar, madre soltera, que se levanta desde las cinco y media de la mañana a trabajar y tuvo que esperar hasta muy tarde que pasara un camión para regresar a su casa, pues vive lejos del centro.

“No es justo, es una falta de programación, que realmente sean profesionales.

“A mí me enseñaron desde chaval a que si soy barrendero, ser el mejor barrendero. Así, hasta la fecha, trato de hacerlo, pero desafortunadamente no es así en todas las personas”, precisa.

Ante esta situación, hubo varios usuarios que sacaron el teléfono celular para llamar a sus amigos o familiares, porque comenzaba una duda, ¿qué pasaría con las dos rutas nocturnas?

Hubo quien de plano llamó a su conocido para decirle que pidiera permiso de salir antes de su trabajo, otros a hacer cuentas y ver si alcanzaba para el taxi. Por fortuna, estas rutas salieron en punto.

arq

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