Son casi las 3 de la tarde en el Centro Histórico de Querétaro y la lluvia amenaza con espantarle los clientes a Francisco Servín Nieves, bolero desde hace 36 años. “Con estos días de lluvia uno se queda sin trabajo, porque la gente tiene prisa y no se detiene a limpiar sus zapatos”, cuenta mientras da ‘trapazos’ a un par de botas.

En el corazón de la ciudad, sobre la calle Madero, junto a la Parroquia del Sagrado Corazón, Francisco llega cada día a las 9 de la mañana, le saca el brillo a los zapatos de políticos, abogados, estudiantes y hasta amas de casa.

Trabaja en ese lugar desde hace más de tres décadas, a unos pasos del Jardín Guerrero, donde también su padre fue bolero durante 40 años.

El oficio de bolero ha estado presente por tres generaciones en la familia de Francisco. Primero fue su padre Antonio Servín, después siguió Francisco Servín y ahora sus hijos Juan e Iván.

Durante la realización de sus ‘pininos’, Francisco tenía nueve años. Recuerda cómo su papá lo instruía en el arte de pulir y sacar brillo, mientras los clientes no se veían muy convencidos de que un niño realizara ese trabajo.

De joven laboró en algunas fábricas y ocasionalmente trabajaba de bolero. A los 26 años no se imaginaba que dedicaría su vida a este oficio.

“Decía que iba a ser bolero por 15 días o un mes, en lo que conseguía trabajo, pero ya me quedé aquí. Me gustó y así se hicieron 36 años”, cuenta Francisco, mientras termina de pulir las botas color camel de una cliente.

Al mismo tiempo, Tere Campos, su clienta lo interrumpe y muestra el brillo en sus botas.

-¿Ya vio que bonitas quedan?, dice mientras mueve de izquierda a derecha las puntas de sus botas para enseñar lo reluciente. Hace una seña con sus dedos para decir que el trabajo quedó perfecto. “Soy clienta frecuente, no voy con otro bolero más, siempre que puedo busco que me ayude a limpiar mis zapatos”, comenta.

Al escucharla, Francisco sonríe orgulloso de su labor y cobra 25 pesos por una ‘boleada tradicional’.

La mujer le da las gracias y se retira contenta por el andador Madero.

“Antes cobrábamos 5 pesos por boleada; cuando tenía nueve o 10 años cobrábamos un tostón, o sea 50 centavos, luego 1 peso; también llegamos a cobrar 25 centavos.

“Eso fue hace muchos años, en ese tiempo ‘todavía amarraban a los perros con chorizo’. Me acuerdo que me venía con mis cuates, andábamos todos por aquí y mi papá me decía ‘vente conmigo’, así fue cómo me empecé. Algunos clientes no me dejaban porque me veían muy chiquitillo, creían que no lo iba a hacer bien”, recuerda.

Lo que a Francisco Servín más le gusta de su trabajo es platicar con la gente. Cada día es un poco sicólogo, asesor financiero, opinólogo de política y hasta terapeuta familiar.

“Los clientes vienen y platican del trabajo, de su familia, poco a poco la platica se va dando. Eso es lo que más me gusta hablar con la gente”, confiesa.

“Un cliente me preguntó ‘¿Qué harías tú si tu jefe te despide, pero es porque otro trabajador lo convenció de que te despidiera?’, a uno le toca hacerla de todo, hasta de sicólogo; también hay clientes que ayudan a uno y le dan un consejo. Es bonito ayudarnos mutuamente, escucharnos. Por eso los boleros somos muy importantes en la ciudad, estamos cercanos a la gente, además imagínese a un licenciado con los zapatos mugrosos. Pues no”.

Servín Nieves no cree que esta labor algún día vaya a pasar de moda o la gente deje de necesitarla. Siempre habrá interesados en mostrar unos zapatos limpios. Aunque algunos intenten pulir calzado por su cuenta y al final vean que no es tan sencillo.

Con esa mentalidad, el bolero ha desempeñado su labor con orgullo desde hace 36 años. Ofreciendo el servicio de limpieza de calzado a todo el que pasa por el andador Madero, mientras las noticias suenan en su pequeña grabadora y un periódico del día permanece doblado en el sillón, aguardando la llegada del siguiente cliente.

Sobrevivir y sacar adelante a una familia no es tarea sencilla cuando se es bolero. Cada día se tiene la incertidumbre de no contar con un sueldo fijo y depender de la disponibilidad de los clientes, que en promedio son 15 en un buen día de trabajo.

“Ahora es más complicado ser bolero, la economía está difícil, si uno le echa ganas a su trabajo siempre nos va bien. Me gusta mucho lo que hago. Ya llevo 36 años siendo bolero y así seguiré mientras Dios me permita mover las manos”, cuenta Francisco, junto a sus dos hijos, que también bolean a su lado, preparan sus cosas para ir a casa. Llegó la hora de comida.

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