Caminar entre las calles es una acción cotidiana como lavarse los dientes, comer o dormir; una acción que no necesita planearse o pensarse antes de hacerla. No obstante, caminar en la ciudad puede tener complicaciones cuando no se poseen todos los sentidos.

Con los ojos cerrados, camino entre las calles del centro de Querétaro para palmar las paredes y sentir el piso; mis únicos apoyos ante la ausencia de la vista.

Estoy en la Alameda Hidalgo, uno de los parques más emblemáticos y céntricos de la ciudad, sin embargo, al perder la orientación, el lugar exacto de mi ubicación es difícil de describir.

Escucho el ruido de los árboles, los pasos de los peatones que cruzan el parque, algunos niños que juegan y una bocina que a lo lejos promociona un evento de gobierno. El ruido parece más intenso que otras veces y por lo tanto, más insoportable.

Aunque me guío por el hombro de un joven, a medida que avanzo por la Alameda pierdo el sentido de orientación. Necesito algunos minutos para reponerme. ¿Dónde estoy?, le preguntó a mi guía, que responde: Estamos en la puerta principal de la Alameda, por Zaragoza.

Cuando subo las escaleras de la entrada del parque, y que según mi guía me dirigirán a la salida, me da la impresión que estoy muy arriba del suelo, a dos metros de altura; sin embargo, es una impresión errónea, las escalaras por mucho, tienen un metro de altura.

Después de perder la vista, aunque sea de forma momentánea, se pierde el sentido de orientación y por lo tanto, se sustituyen los sentidos. A menor visión, mayor capacidad auditiva o táctil.

Antes de salir a la avenida Zaragoza, una de las más congestionadas, decido buscar una rampa para personas con discapacidad. Al llegar, con ayuda del guía, escuchó el sonido de un bastón o una andadera.

Al parecer, es una mujer mayor que baja la rampa para personas con discapacidad. Lo hace despacio, según se escucha, y con cautela. Trato de imitarla y bajo la rampa; sin embargo, pese a mover mis manos para tocar algún punto de apoyo y poder seguir el ruido, no encuentro nada. No hay paredes, no hay rejas; nada más que vacío. Un paso en falso, y un tropiezo será inminente. Por ese momento, el suelo se siente más lejos.

Ante la desesperación, mi guía me dirige a un frío tubo metálico colocado al lado de la rampa. Lo tomo entre las manos y comienzo a desplazarme en dirección al ruido de la andadera.

Finalmente, de regreso en la puerta de entrada a la Alameda, decidió salir a la avenida de gran circulación de vehículos. Algunas ráfagas de viento se perciben con el paso de los peatones, gente que sale del trabajo, que va hacia sus casas, sus escuelas o a múltiples direcciones con velocidad y sin pensarlo. Nadie se detiene y nadie va al mismo paso que yo. Mientras la mayoría camina de forma automática, yo busco como no tropezarme y reducir la sensación de vacío alrededor.

De repente, las ráfagas de aire se acrecientan. Estoy al filo de la calle por donde pasan los vehículos a velocidades, que tal vez, no sobrepasan los 40 o 60 kilómetros por hora.

Sin embargo, aunque la velocidad no es mucha, el paso de los camiones son suficientes para intensificar el ruido del tráfico. Todo es confuso, todo es ruidoso y el sentido de orientación está difuso. Sólo sé que he cruzado la calle hasta que estoy a varios metros del ruido.

Continúa mi marcha por las calles del centro, ahora en dirección a plaza de armas. Camino por un piso rocoso, sin embargo, gracias a la ayuda de mi guía, los tropiezos son menos. A medida que pasan los minutos, se convierte en un trayecto más ligero.

Al caminar por la calle Independencia, llegó a la plaza Fundadores donde me tropiezo con una jardinera; o al menos, eso me dice mi guía después de que mi pierna choca con un pedazo de cantera ubicado en la calle.

Al recuperarme y decidir caminar centímetros de distancia de estas supuestas jardineras, la voz de un hombre mayor se escucha. Reprocha el golpe de las jardineras y asegura que están mal construidas. Al estar a la mitad de la banqueta, dice, representan un riesgo para aquellos que como yo este día, tienen la movilidad reducida.

Según relata, vive en el centro de la ciudad y ha expuesto al presidente de colonos, la problemática de caminar en las calles. También señala, que se debe exigir al municipio que las remueva por la dificultad y el riesgo que representan no sólo para personas con discapacidad visual, también hacia aquellos que se mueven en sillas de ruedas, bastones, etcétera.

El encuentro con este hombre, me recuerda un video que circuló días atrás entre mis contactos de Facebook.

El primero de diciembre, un estudiante de la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ) denunció caerse en las calles del centro, al tropezar con un registro destapado, ubicado en la calle de Pino Suárez entre Guerrero e Ignacio Allende. El chico era ciego y se llamaba Reynaldo.

“Iba caminando por la calle Pino Suárez y venía un poco rápido, pero por la velocidad no alcancé a detectar un registro que estaba destapado, y esto hizo que mi pie cayera en el hoyo y que terminará yo, literalmente, rodando hacia la calle a la avenida vehicular”

“Me levanté rápido y si no es por la velocidad al levantarme, a lo mejor me hubiera atropellado un coche, o un accidente más aparatoso”, lamenta el chico enfrente del celular que lo graba, mientras recuerda la escena.

Durante el video, también se muestran los golpes provocados por la caída, algunos raspones y el rostro de susto e impotencia. El registro resulta estar en la banqueta y tener un grosor de aproximadamente treinta centímetros cuadrados. Al interior del hoyo, se ven cables y pedazos de cantera.

En el video también aparece la encargada de una tienda de abarrotes localizada a centímetros del lugar donde ocurrió el percance. Asegura que en este registro también han caído más personas. “Lleva más de dos meses (abierto). Han pasado los policías, inclusive pusieron un señalamiento y nada más se lo quitaron”, denuncia la mujer, que también lamenta el percance.

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