Beatriz Soto Martínez tiene a su cargo muchos tipos de libros: están los traviesos, que decidieron dejar el estante y andan caminando por el mundo; los que de tan acariciados tienen caídas las portadas y han sido remendados más de una vez; también están los sanadores, aquellos que la acompañan a ella y a su equipo de jóvenes voluntarios a los hospitales de la ciudad, para alegrar a los niños que se encuentran internados; y, por supuesto, están los que invitan a soñar, a viajar por países desconocidos, a afrontar miedos, a vivir aventura, los que llaman a conocer amigos entrañables, a cantar, a llorar, a descubrir.

Betty, como la conocen, tiene a su cargo la Biblioteca Infantil de la Universidad Autónoma de Querétaro (BIUAQ), un proyecto que este sábado festejará su séptimo aniversario de caminar entre historias.

Érase una vez, una maestra de Psicología que dio a luz al mismo tiempo a un bebé y a una idea de convivencia familiar a través de la lectura; de eso, hace 15 años.

“Yo ya hacia trabajo en comunidades con niños con problemas de aprendizaje o de mala conducta, pero cuando nace mi hijo, en el 2002, yo conozco a Eva Janovitz, experta en lectura con primera infancia. Ella trabajaba en el Fondo de Cultura Económica y un día me vio con mi bebé en un evento en donde se presentó aquí en Querétaro y me comentó que ella tenía un taller de lectura con bebés”, expresa.

“Me dio curiosidad, me encantó, me pareció que era una forma de compartir y convivir con mi hijo de una manera muy a través de los libros. Así que empecé a ir regularmente a la Ciudad de México para aprender y participar más en los grupos. Hasta que, en un momento dado, Eva me propuso que creara un grupo de lectura acá en Querétaro”, agrega.

Beatriz decidió comenzar el proyecto y apoyar a los menores queretanos. “Mi primer acervo fueron los libros de mi hijo, los libros que yo llevaba a leer con estas mamás, eran los libros de Santiago. Poco a poco conocí personas que me hablaron de proyectos que se financiaban a través del programa del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y comencé a concursar para obtener recursos”, dice.

Soto se organizaba con sus estudiantes para acudir con sus libros a comunidades, hospitales y escuelas rurales; sin embargo, debido a los limitados recursos de la UAQ, pronto esas visitas debieron suspenderse.

“Un día fui a la librería universitaria, vi un espacio vacío y yo dije: Esto puede ser una biblioteca. Hice la propuesta a las autoridades de la UAQ y se bajó un recurso. Yo comencé a gestionar donaciones con amigos y conocidos. Mi primer proyecto se llamó La Lectura: un asunto de familia; después, Leyendo con los más pequeños y, ahora, somos Biblioteca Infantil Universitaria”, agrega.

Experiencia familiar

Con cerca de 3 mil 500 ejemplares de libros, entre narrativos e informativos, la BIUAQ ofrece de forma regular talleres para niños de entre dos meses y hasta 12 años; pero la literatura es tan universal, dice Soto, que el acceso no está restringido para nadie, de ninguna edad. Todo mundo es bienvenido a leer alguno de las historias que viven en la Biblioteca Infantil de la Universidad Autónoma de Querétaro.

“Aquí no enseñamos a leer, un poco la intención de la biblioteca es que los niños y la gente en general tenga un acercamiento a la palabra de una forma más lúdica y placentera, pero sobre todo que las familias puedan interactuar con los libros. El libro como un pretexto para relacionarnos de manera diferente, a través de las historias que están muy bien cuidadas en el acervo y ésa es básicamente la intención, que podamos construir una comunidad no solamente lectora, sino que está rehaciendo el tejido social, ya bastante deshilachado”, refiere.

“Hemos visto crecer niños, pero también hemos visto crecer a papás, porque tienen que darse el tiempo para leer. Aquí no hay prisas, no tienes que estar sentado y callado, y eso es una maravilla”, afirma.

La maestra reconoce que a algunos papás les preocupa que los libros sean maltratados por los niños y, muchas veces, por eso les da miedo que se acerquen a ellos.

“Aquí tratamos de hacer conciencia de que los libros se pueden abrir, se pueden usar. Los libros sí se maltratan y hay que tener cuidado, pero también tienen un uso y hay que despedirlos de forma digna. En la biblioteca estos libros han sido muy acariciados, muy leídos, muy compartidos. A muchos los hemos remendando un sinnúmero de veces y a otros, de tanto, los hemos tenido que dejar ir, porque un libro también tiene dignidad”, indica.

Acercarse a los lugares de dolor

La BIUAQ ofrece talleres regulares en su instalación en el Centro Universitario en la capital queretana, así como en dos sedes alternas, una en el campus UAQ de San Juan del Río y otra en Cadereyta; pero también brinda el programa Acariciando con palabras.

Con este proyecto, los jóvenes voluntarios, en su mayoría de la Facultad de Psicología, acuden a las áreas de pediatría de diferentes hospitales para ser ventanas a una realidad diferente, alejada del dolor físico y anímico de los pequeños pacientes y sus familiares.

“Desde hace tres años estamos yendo a leer a los hospitales con un proyecto que se llama Acariciando con palabras. Nos invitaron las promotoras voluntarias del IMSS [Instituto Mexicano del Seguro Social] y propusimos este proyecto”, explica Beatriz.

“Actualmente, ya vamos a cumplir un año con el Hospital de Especialidades del Niño y la Mujer. A partir de enero comenzamos de forma más regular a la Unidad Médica Ambulatoria, en donde se les da tratamiento oncológico a jóvenes y niños. Ahí vamos tres días a la semana, se leen y se prestan libros a los pacientes y a los familiares”, apunta.

“En los hospitales, donde la situación es dolorosa, no sólo físicamente sino anímicamente, porque los niños están fuera de su casa, de su escuela, de su cama, de sus amigos, de su hogar, y lo que pretendemos es que tengan un momento de fuga. También los papás en el hospital, también se relajan cuando vamos a verlos, porque se dan cuenta de que hay algo más allá de la realidad angustiante por la que atraviesan”, menciona.

Un pequeño espacio, con grandes retos

Su labor como promotora de la lectura y la convivencia ha pasado por muchas etapas, afirma Soto Martínez. Primero, la que experimentó como madre con su hijo, ahora ya un adolescente, cuando apenas iniciaba el proyecto; después, el ver a padres y madres convertirse de espectadores o acompañantes a lectores.

La maestra recuerda que en las comunidades rurales había mamás analfabetas que, impulsadas por la energía de los pequeños que acudían a los talleres, poco a poco se animaron a aprender a leer.

“He disfrutado mucho las caritas felices de los niños, de los papás y, ahora, lo que más disfruto es ver a mis estudiantes que toman iniciativas. En este momento, lo que más me llena es darme cuenta de que hay esperanza, de que tenemos chavos comprometidos con su formación, pero también con la sociedad, que están haciendo cosas por el bienestar común, que sí tienen otra sensibilidad”, expresa.

No obstante, uno de los retos más importantes que enfrenta la BIUAQ es la constante falta de recursos, además de la necesidad de migrar a un espacio más grande, pues a veces es insuficiente para atender la gran demanda que actualmente tiene.

Asimismo, refiere, con el acervo que posee, también están los libros que desaparecen como por arte de magia. Hay poco más de 100 volúmenes que faltan en los estantes.

“Seguramente ese libro estará haciendo lo que le corresponde con la familia con el niño con el que esté; sin embargo, por la forma en que fueron adquiridos, esos libros están bajo mi resguardo, eso quiere decir que cuando me jubile los voy a tener que pagar yo y, a veces, eso no se me hace justo, sobre todo cuando hay un trabajo que se ve”, comenta.

A pesar de todas las adversidades, Beatriz Soto afirma que su trabajo es esperanzador.

“Ofrecemos un espacio libre donde puedes estar sin presiones, donde puedes encontrarte y reencontrarte. Ofrecemos un espacio lúdico, donde los papás abrazan, juega, besa, leen.    La buena literatura no te dice como debe ser sino como somos. Aquí no hay lecturas, sino lectores”, concluye.

Siete años se dice fácil, pero hay muchas cosas entre líneas.

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