Hablar del Mundial de México 1986 es hablar de uno de los mejores jugadores de la historia: Diego Armando Maradona.

Argentina fue la primera selección que llegó a México y la última en irse, esa era su consigna, y el criado en Villa Fiorito era el arma secreta más anunciada del torneo. Diego llegaba con una revancha en las piernas después de haber quedado fuera de último momento del Mundial de Argentina 1978: “Estás muy pibe para una Copa del Mundo”, le dijo César Luis Menotti en ese entonces, y de fracasar en España 1982, donde fue expusaldo frente a Brasil por el árbitro mexicano, el teniente coronel Mario Rubio.

Maradona pasó de simple mortal a ‘D10S’ después del Mundial mexicano, un ‘D10S’ al que muchos consideraban terrenal, muy diferente, muy lejano de lo que proyectaba el brasileño Edson Arantes do Nascimento ‘Pelé’, otro inmortal vestido de futbolista.

Poco a poco se notaba que Diego era el todo y una pieza más dentro del esquema de Carlos Salvador Bilardo, un ex centrocampista rudo, que jugaba al límite en las canchas de La Plata y que en las noches devoraba los libros para volverse médico titulado.

Y después, entrenador campeón del mundo. De la mano de Bilardo, Diego Armando se hizo líder y el mejor de su equipo, el mejor de la Copa del Mundo.

“Por Maradona no hay sólo admiración, hay fanatismo, no sólo por sus prodigiosos malabarismos, sino también porque era un dios sucio, pecador, el más humano de los dioses. Cualquiera podía reconocer en él una síntesis ambulante de las debilidades humanas, o al menos masculinas: mujeriego, tragón, borrachín, tramposo, mentiroso, fanfarrón, irresponsable”, escribió sobre él Eduardo Galeano (qepd), célebre escritor uruguayo.

Esto se reflejó claramente el 22 de junio en el Estadio Azteca, cuando Diego Armando pasó de ser un simple futbolista que hizo trampa a un ser de otra galaxia en el juego contra Inglaterra, rival de guerra, pues años antes, Argentina peleó contra los europeos por el control de las islas Malvinas. A los 51 minutos engañó a todo el mundo cuando metió un gol con la mano, a la que bautizó “La mano de Dios” y a los 55’ anotó el llamado gol del siglo…

“En ese momento no lo grité. Preferí, como hago siempre, observar cómo quedábamos parados y ordenar el equipo para recomenzar el partido, porque no podíamos dar ninguna ventaja. Y sólo comencé a disfrutarlo después, cuando lo vi por televisión”, dijo Bilardo, DT de Argentina que vio el gol desde la banca.

Días después, Argentina se coronó campeón del mundo al derrotar 3-2 a Alemania Federal. Diego no brilló en ese juego sino hasta el final, cuando los argentinos habían perdido la ventaja de 2-0 que habían aguantado gran parte del juego.

Jorge Valdano, sufrido delantero lleno de dudas en el campo, se acercó a Diego y se quejó: “Cómo nos dejamos empatar”, a lo que el genio sólo se limitó a contestar: “¡Qué te pasa! Esto lo ganamos”.

Y lo ganó: un pase mágico con esa zurda privilegiada puso el balón en bandeja a Jorge Burruchaga para que anotara el gol del triunfo, una victoria que hizo que el niño de Villa Fiorito se convirtiera en inmortal.. en ‘D10s’.

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