A falta de balón, pues lo había obsequiado, parecía buena idea que Abraham Muñoz dominara el globo terráqueo, más o menos del mismo tamaño.

Si pasó 5 horas 41 minutos y 52 segundos haciendo malabares con el esférico, durante el Maratón de la Ciudad de México, le sería fácil sostener “el mundo” en el aire para la sesión de fotos.

Además, gracias a su habilidad, ha conocido unos 20 países, entre ellos Francia, Inglaterra, Alemania, Japón, China y Brasil, por citar los más pintorescos.

Lo intenta, eso hay que reconocerlo, pero le duelen los pies de tan duro que está el planeta. Prefiere rodarlo sobre hombros y cabeza, atento a las indicaciones del fotógrafo.

Sostiene con orgullo el certificado Guinness que valida su marca.

La anterior pertenecía a checo Jan Skorkovsky, quien en 1990 corrió el Maratón de Praga, dominando la pelota, en 7 horas 18 minutos y 55 segundos.

Es su quinta hazaña que impone para esta franquicia (más otras cuatro para Saxonia), pero tal vez la más difícil, pues tuvo que sortear baches, corredores retrasados, charcos.

¿Cómo le haces para mantener la concentración?

El oriundo de Zinapécuaro, Michoacán, pero que vive en Chicago, lo platica: “Comencé atrás del pelotón y los dejé que se fueran unos cinco minutos. Más o menos a los 30 minutos comencé a rebasarlos. No solamente es la concentración, son muchos factores. El viento, los baches, los topes, la gente. Lo bueno que hace un mes vine y corrí el Medio Maratón en 2 horas y 32 minutos, me di una idea.

“Fue complicado porque rebasé a mucha gente. Eran 35 mil corredores y rebasé a casi 15 mil. La idea era hacer cinco horas, eso hacía en mis prácticas en Chicago, pero no se pudo. Lo que más me gustó es que había mucho apoyo de los corredores, me abrían paso de repente”.

Fueron siete u ocho años los que tuvo en mente este récord, pero no podía concretarlo por la falta de dinero, pues traer a los jueces de Guinness cuesta bastante. Consiguió patrocinios de Telmex, Claro Sports, entre otros.

Le pedían dinero para jugar. Flashback. Abraham tiene 14 años y sueña con jugar en un equipo de futbol, pero le cierran las puertas, le piden dinero “por abajo del agua”. Fuera de grabación menciona los nombres de esos clubes, se advierte algo de rencor en su tono de voz, pero rechaza evidenciarlos.

Sólo diremos que uno es de Jalisco y tiene rayas. El otro es de Michoacán y se le asocia con una clase de mariposa.

Por eso recomienda a las nuevas generaciones grabarse jugando para difundir sus habilidades a través de las redes sociales y no caer en abusos de los promotores.

Quería ser medio creativo, pero las carencias lo orillaron a emigrar a Estados Unidos sin papeles. Sus padres, Domingo Muñoz y Lucila Fernández (fallecida hace dos años), no estaban muy de acuerdo, pero accedieron. “Llegué con unos hermanos allá. Fue una vida difícil, porque yo quería estudiar y que alguien me viera jugar, pero tuve que trabajar para sobrevivir en la cosecha de fresa, pepino, morita. Lo que es el primer día no me podía ni sentar en la taza del baño (del cansancio). Eran unas friegas, pero no teníamos otra opción para vivir”.

Su primer récord Guinness lo consiguió en Nueva York y consistió en correr con el balón en la cabeza la enigmática distancia de 4 mil 444 metros. Debe ser su número de la suerte, porque no fue planeado, simplemente el esférico se le cayó en ese punto.

Tiene otra en la que controló el balón 21 horas seguidas. La pregunta es inevitable ¿cómo iba al baño? Comenta que le pasaban una bolsa negra y ahí mismo hacía del “uno”. Afortunadamente no tuvo que hacer del otro número, pero estaba preparado para cualquier situación.

Tenía un plan que es mejor describir en otra ocasión.

Sobre la Ciudad de México: “Todos los retos son difíciles, pero este es el más difícil de toda mi carrera. En el transcurso del Maratón vi gente vomitando, con calambres, porque veía hacia los lados. Este récord tiene algo muy especial. Tenía un tiempo a vencer de 7 horas 18 minutos. Yo vengo de la ciudad de Chicago, lo que es la altura, el esmog, es totalmente diferente aquí”.

—¿Estás contento con tu vida a los 41 años, después de todo lo que pasaste?

— Sí, porque tengo a una familia, muy bonita Ana Mari Alfaro, mi esposa. Mi hijo mayor, Germán, de 17 años. La segunda es Venecia de 13 años y la otra se llama Iberia, de 11 años. Mi hijo es bueno para dominar pero le rompieron el ligamento cruzado y ahora sólo se dedica a la escuela. Mis dos hijas juegan futbol y van por buen camino.

“En Estados Unidos sufrí mucho para sobresalir, pero ahorita ya tenemos una vida tranquila. Tengo un negocio de club de futbol, Chicago Wild Cats. Viajo mucho haciendo exhibiciones en varias partes del mundo. Chamba no me falta”.

Abraham no se olvida de sus raíces. El 8 de octubre tomará parte, como regularmente lo hace, de la peregrinación en bicicleta de Michoacán a la Basílica de Guadalupe. Le tomará cuatro días el recorrido. Y no estarán los jueces de Guinness para confirmarlo.

Anuncia, misterioso, que el 19 de noviembre intentará implantar otra marca en Guatemala. No quiere dar mayores detalles pero sí una pista: se la quitará a un “muchacho” inglés al que ya ha despojado de otros registros. Cuando sea oportuno promete dar la noticia en exclusiva a EL UNIVERSAL sobre cuál será este reto que tiene en mente lograr.

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