Monterrey.— Con las manos en la cintura y la rabia materializada en esa saliva que tragó innumerables veces, el ogro bigotón contempló desesperado el último cuarto hora, en el que languideció la fiereza de unos Tigres incapaces de atrapar a la correlona presa argentina. Hubo pocos gritos. Sabía que el esfuerzo era inútil.

Por eso caminó al vestuario con la mirada absorta y el puño izquierdo apretado. Ricardo Ferretti siempre supo que buena parte de las aspiraciones continentales de sus felinos radicaban en su fuerza dentro del ‘Volcán’. El River Plate también, por lo que sus férreos jugadores se marcharon tranquilos con el empate (0-0) en el partido de ida por la final de la Copa Libertadores 2015.

La corona de América está guardada en el extremo sur, por lo que los hombres del ‘Tuca’ deberán acumular miles de kilómetros para hallarla.

A los Millonarios les fascina la idea. Quedó claro con el repliegue cerca del ocaso, cuando el prestigio y la estirpe fueron cambiados por vulgar destrucción. Su linaje demanda títulos y, sólo a veces, expresión estética.

Marcelo Gallardo lo sabe. Sus genes son rojiblancos, por lo que el estratega se hizo añicos la voz, con tal de ordenar a un equipo que por momentos pareció ceder ante la incesante, pero poco inteligente, presión de los mexicanos.

Gentilicio que tiene más que ver con el origen del club. De los titulares empleados por Ferretti, sólo cuatro nacieron en México: Israel Jiménez, Hugo Ayala, Jorge Torres Nilo y Jürgen Damm.

Auténtica “Torre de Babel” futbolística incapaz de descifrar la combinación del candado bonaerense. El River Plate mostró su faceta maquiavélica. Jugó con los sentimientos del local, le hizo creer que podría ganar, pero jamás le mostró la puerta de la victoria.

Ni siquiera en esa jugada en la que Damm detuvo miles de corazones felinos. El chico de los 10 millones de dólares exhibió velocidad y sacó al meta Marcelo Barovero, mas no supo que hacer cuando el ángulo de disparo se le esfumó.

Restaban menos de 10 minutos. El ‘Tuca’ suspiró, mientras el deseado grito se ahogó en miles de gargantas.

Primera vez que un conjunto mexicano no pierde su partido como local en una final libertadora. Absurdo consuelo. Nunca antes se había dado una igualdad en un juego de esta índole protagonizado por un club de la Liga MX (una victoria y tres derrotas).

Sabe a poco, al igual que mantenerse invicto en el estadio Universitario, dentro de la Copa Libertadores (10 éxitos y tres igualadas).

Está claro que los clubes argentinos se le indigestan. Tercera vez que reciben a uno. Todos salieron con vida.

De nada sirvieron los movimientos y fuerza física del francés André-Pierre Gignac, la picardía del brasileño Rafael Sobis, la velocidad de Damm y el ímpetu de Damián Álvarez.

Con los defensas centrales Jonathan Maidana y Ramiro Funes Mori, la apuesta del visitante resultó. Llegó a la otra orilla, por lo que varios de sus integrantes se abrazaron tras el silbatazo final.

Los Tigres caminaron lentamente. Algunos alcanzaron a observar los fuegos artificiales que iluminaron el cielo regiomontano. El plan era que celebraran un triunfo.

Ferretti sabía la sorpresa. No coronarla fue lo de menos. Lo que verdaderamente lacera su corazón es saber que, al igual que el Cruz Azul (2001) y el Guadalajara (2010), los Tigres tendrán que cruzar el continente y salir vivos de la odisea para dar a México su primera Copa Libertadores.

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