FORTALEZA.— Rafael Márquez intentó quitar la pierna derecha, pero Robben dramatizó la falta. El penalti era inevitable, una nueva frustración también.

Seis minutos de descontrol tiraron por la borda más de 70 en los que la Selección soñó con la gloria. No importan los protagonistas o la trama, el desenlace no cambia: amargo, marcado por el infortunio. Doloroso. Revés (2-1).

Es por eso que El Káiser de Michoacán se resistía a levantarse del césped del Castelao. Se trata de uno de los dos hombres que ha marcado gol en tres ediciones distintas de la Copa del Mundo, el único en el planeta que portó el gafete de capitán en cuatro versiones del certamen. No importa. Su recuerdo siempre estará asociado a la catástrofe.

Cruel adiós para El Capitán Leyenda. Volverá a portar el traje de villano por el penalti que cometió a Arjen Robben, por más que el técnico Miguel Herrera también cargue con buena parte de la responsabilidad. El Piojo prometió que no traicionaría sus principios. Lo cumplió... Hasta que visualizó la otra orilla.

Fue entonces que Giovani dos Santos y Oribe Peralta fueron retirados. El carismático entrenador traicionó sus principios en pos de cumplir un anhelo negado durante 20 años. También fracasó.

Porque lo de Guillermo Ochoa ante Wesley Sneijder (87’) y Klaas Jan Huntelaar (93’) fueron simples fusilamientos. Para cuando la Naranja Mecánica lo venció por primera vez, el guardameta ya había resuelto aquel remate de Stefan de Vrij y el mano a mano con Robben.

Cuando la presión del subcampeón mundial fue aún más asfixiante que los 35 grados de temperatura. El técnico mexicano decidió encerrar a su equipo para el tramo final. El titán anaranjado lo aprovechó.

Todos los lances de Ochoa quedaron como meras anécdotas, igual que el demencial gol de Gio, su primero en Copas del Mundo.

Desesperado por la falta de balones, el pequeño hechicero de ébano se inventó un gol digno de museo (48’). El zaguero Daley Blind intentó recargarlo, molestarlo, incomodarlo. No pudo con la potencia física de un chico hambriento de gloria. Renacía la ilusión. Paradójicamente, también los miedos.

El Tri volvió a demostrar que no sabe ser amigo del reloj. Los holandeses ofrecieron una cátedra de cómo dosificarse. Parecieron caminar sobre la cancha... Hasta que el ocaso se acercó.

Fue entonces que metieron a los verdes en su área. Herrera se quedó sin voz en pos de rescatar al equipo. Demasiado tarde. El titán ya le tenía el pie sobre el cuello.

Nuevo eslabón macabro en una cadena que luce interminable. No importa el rival, tampoco las condiciones, el director técnico o los jugadores, la Selección Nacional Mexicana tiene un asombroso poder de autodestrucción.

Por eso, El Piojo Herrera ni siquiera observó el penalti que finiquitó todo. Estaba consciente de que su ilusión dependía de un milagro. Tuvo uno en la primera mitad. Suficiente.

El árbitro portugués Pedro Proenca perdonó aquellos claros penaltis de Márquez y Héctor Moreno sobre Robben, tras la equivocación de Francisco Javier Rodríguez. Que absolviera dos veces, era pedirle demasiado.

Jugada catártica. Además de dejar dubitativo al juez, provocó la salida del escudero del capitán, quien fue trasladado a un hospital para realizarle los estudios médicos correspondientes en la pierna izquierda. La conclusión: fractura de tibia.

La defensa no fue la misma. Hubo muchas dudas y más nerviosismo. No podía haber errores y El Káiser de Michoacán lo cometió. Supo que había sido así en cuanto su pierna derecha quedó estirada. Hizo lo que pudo para quitarla. Insuficiente.

Descargó su ira en el silbante, a quien le aplaudió. Imagen de la tristeza por un nuevo fracaso. Es la historia del Tricolor en Mundiales.

Google News