Arrodillado, Pablo Aguilar agradecía al cielo ser el hombre capaz de alegrar al Estadio Azteca. Sus compañeros corrieron a abrazarlo cuando se acabó el partido. Los fieles azulcremas le rindieron una ovación digna de un defensa que se convirtió en un héroe.

Era la compensación, esa agonía que da a las victorias un toque de épica. La última jugada le significó un triunfo al América sobre Tijuana (2-1) que le da la perfección en el torneo. También le hace recuperar la sensación de que el Coloso de Santa Úrsula volverá a ser respetado cuando jueguen las Águilas, tal y como lo desea Antonio Mohamed.

Aguilar se levantó sobre el segundo poste. Un trazo que cruzó el área y encontró la testa del sudamericano. El balón, cual ente caprichoso, se coló entre las piernas del meta fronterizo, Manuel Lajud, quien había entrado de cambio. El éxtasis embargó a las tribunas. Los aplausos, los vítores y demás celebraciones despojaron al americanismo de una frustración de poco más de 90 minutos.

América no había encontrado maneras eficientes de ofender. La imaginación resultaba grisácea en cada embate azulcrema. Mohamed se dio cuenta, luego de verse en desventaja, luego de un penalti que convirtió Juan Arango, al minuto 20.

Por ello, El Turco apostó por meter a su joven más “distraído”. Raúl Jiménez emparejó el marcador como una forma de contestarle a su técnico que no hay una negociación ni nada por el estilo que nuble su mente a la hora de hacer goles.

Tras marcar, el joven ariete azulcrema hizo un brinco. Era la forma de desbaratar los argumentos de Mohamed, quien lo confinó en la banca, por tener la “culpa” de estar en una negociación con el Porto de Portugal.

Una definición exquisita, digna de un tipo que puede estar más cerca de Europa que de Coapa en los próximos días. Picó el balón elegantemente ante la salida de Cirilo Saucedo. La anotación (68’) salvó de la decepción a los fieles azulcremas que estaban frustrados, por ver a su equipo con una derrota parcial.

Tijuana hizo sufrir a los capitalinos. Los fronterizos apelaron a la estrategia del contragolpe, que puso contra las cuerdas a las Águilas. Cada pérdida de balón significaba el sudor frío de Mohamed, que iba acompañado de un paseo nervioso ante un nuevo dolor de cabeza como local.

El marcador parecía inamovible, cuando llegó al minuto 90, pero la voluntad americanista por el triunfo fue más fuerte y decidió no renunciar a los tres puntos hasta que llegara el silbatazo final, el cual se extendió con una prórroga de seis minutos.

Al final, Pablo Aguilar se convirtió en el salvador del América, al darle un triunfo de garra y perfección a su equipo en su casa.

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