Frente a los intensos rayos solares, bajo la tormenta que cayó al inicio del complemento o con las ráfagas de aire sentidas cerca del ocaso. Dio lo mismo. Luis Fernando Tena jamás modificó su adusto gesto desde que Pablo Barrera falló aquel mano a mano ante el eterno Óscar Conejo Pérez.

Eran los albores del Apertura 2014 para el Cruz Azul, pero su director técnico presentía que esa equivocación era el preludio de una aciaga tarde. Tenía la razón.

Casi dos décadas como estratega han permitido al Flaco olfatear los buenos y malos partidos del equipo que dirige. Confirmó todos sus temores en el rebote de José de Jesús Corona aprovechado por Matías Alustiza (12’).

El Chavo anotó el gol del triunfo pachuqueño (1-0), pero corrió a abrazar a Daniel Arreola. No podía ser de otra manera. El lateral izquierdo de los Tuzos era el autor intelectual de la obra de arte.

Fantástico sombrerito sobre Alejandro Castro que lo dejó frente al meta cementero. Corona evitó la anotación, mas quedó desarmado frente a Alustiza. Comenzaba el calvario de Tena.

Fue prolongado con base en orden defensivo, paciencia y fugaces contragolpes.

Los visitantes se quedaron con dos hombres menos en seis minutos. Jorge Hernández (71’) y Arreola (77’) vieron el cartón carmesí, justo cuando el encuentro se le fue de las manos al debutante árbitro Eduardo Galván.

Al Cruz Azul el juego se le escapó desde el yerro de Barrera. Aviso que despertó a unos Tuzos dispuestos a pelear el esférico hasta con sólo nueve elementos sobre el húmedo césped del estadio Azul.

Amarga presentación de la desarticulada Máquina, disminuida en su potencial por la falta de piezas clave de inicio.

El Flaco tuvo que colocar a Julio César Domínguez y Castro como defensas centrales. Francisco Javier Maza Rodríguez se quedó en la banca y Luis Amaranto Perea sufre a la distancia, presa de los grilletes de una complicada operación.

Christian Giménez volvió a ser la pareja de Gerardo Torrado en la trinchera. Tampoco la pasó bien.

Los ingresos de Marco Fabián y Joao Rojas otorgaron cierto desequilibrio. Muy tarde. El Pachuca ya había ganado la batalla.

Quedó claro con las fallas del Chaco y Mariano Pavone ante El Conejo. Los Cementeros recuperaron el balón, no la entereza.

Esa que Tena presumió hasta el silbatazo final del joven Galván. Frustración disfrazada de ecuanimidad. El rostro le delató. Nunca dejó de dar indicaciones. El problema es que irradiaba molestia, desconfianza.

Sus jugadores también. La superioridad numérica les permitió acorralar al rival, aunque el meta hidalguense no fue tan exigido como lo ameritaba.

El pulso de Pérez sólo se detuvo tras aquel cabezazo de Giménez. El ímpetu jugó una mala pasada al argentino, naturalizado mexicano. Tenía tantas ganas de marcar que la fuerza dada al remate fue mucha.

La Máquina mostró falta de imaginación. Jugó con dos hombres más durante un cuarto de hora. No fue capaz de marcar.

Tan inverosímil como el clima de la tarde capitalina. Del intenso calor a una tormenta, que bajó y subió su intensidad varias veces.

Pero El Flaco jamás modificó el rostro adquirido tras la falla de Barrera. Hizo todo lo que creyó conveniente, pero su instinto no le falló: se trataba de una complicada tarde en casa.

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