FORTALEZA.— Cuatro ruidosas motocicletas anuncian el esperado arribo. Poco importa la humedad o esas gotas que parecen custodiar a la Selección Mexicana durante su camino por la XX Copa del Mundo. El simple hecho de verlos a unos cuantos metros no tiene precio.

El alarido colectivo explota cuando el autobús azul cielo dobla en la esquina más cercana a su destino. Hay desorden, tensión por parte de los elementos policiacos adscritos al estado de Ceará, mas la ilusión también sirve como calmante.

Los casi 300 aficionados que reciben al Tricolor en su segunda escala mundialista lucen delirantes, pero ninguno rebasa las vallas colocadas para evitar que haya contacto con los futbolistas. Apelan a que sus gritos atraigan a algún futbolista de Miguel Herrera. Lo que no saben es que tienen prohibido acercarse por motivos de logística y seguridad.

“¡Sí se puede, sí se puede!”, retumba en la calle, justo cuando El Piojo desciende del autobús “pirata”, como lo define Jorge Antúnez, fanático proveniente de Guadalajara, y quien repara en que éste no tiene la leyenda “Siempre Unidos, Siempre Aztecas” que distingue al transporte de los verdes. El que aparece en esta zona de Brasil sólo está rotulado con la palabra “México”.

Detalle no observado por muchos. Lo que anhelan es tomarle una fotografía a Giovani dos Santos, Guillermo Ochoa, Rafael Márquez, Oribe Peralta o Javier Hernández, los cinco futbolistas mexicanos con mayor popularidad. El Káiser de Michoacán y El Chicharito son los únicos que voltean ante la insistencia de quienes se apoderan de la calle unos cuantos minutos.

El tradicional Cielito Lindo es el recurso para hacerlo. Melodía compuesta por Quirino Mendoza y Cortés que logró un fuerte impacto mundial gracias a esos compatriotas que la hacen un himno no oficial de México en los magnos eventos deportivos.

Basta con pronunciar el inconfundible “Ay, ay, ay, ay, canta y no llores” para que los curiosos lugareños que presencian la calurosa recepción se integren a la fiesta y olviden, aunque sea por unos minutos, las amenazas de que el Scratch du Oro será derrotado en el estadio Castelao.

Es entonces que aparece Elías de Souza, aficionado brasileño famoso por la enorme bicicleta en la que se transporta. Él también quiere que triunfe la Verdeamarelha, pero porta una elástica del Tricolor. Se debe al cariño que le tiene a un país en el que pudo encontrar el amor.

Desde 1986, apoya a ambos combinados en el máximo evento futbolístico del orbe. Brasil 2014 será su octava edición, primera en la tierra donde nació, porque su hogar se ubica en la nación representada por los chicos que atrapan reflectores durante el caluroso mediodía en el norte brasileño.

Se los hurta durante unos cuantos segundos... Hasta que la ensortijada cabellera de Guillermo Ochoa aparece en el corredor del piso 18. Una chica le identifica y reinician los gritos. De pronto, los bañistas de la popular Playa Iracema se detienen a observar al arquero, quien junto a Raúl Jiménez, Isaac Brizuela, Javier Aquino y Alan Pulido agradecen las muestras de cariño.

El duelo de porras aparece. Los mexicanos son minoría en cuanto a unidades, pero sus gargantas resultan más potentes que las sudamericanas. El “¡Que sí, que no, que cómo chin... no!” se impone tras unos cuantos minutos de batalla campal.

Las ruidosas motocicletas ya están apagadas. Nadie las necesita ahora. El autobús azul cielo ha llegado a su segunda escala en tierras brasileñas.

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