Sólo las innumerables lágrimas que descienden por las mejillas azulcrema pueden resquebrajar ese escudo imborrable en el corazón. Es la noche más sagrada del americanismo, en la que por fin se consolida como el club más ganador en la historia del futbol mexicano.

Lo que explica el rugido del “Monstruo de las 100 mil cabezas”, cuando Michael Arroyo despedaza el candado norteño (35’). Inicia la verdadera fiesta, esa en la que las Águilas invitaron a los Tigres en todos los sentidos.

El clímax llega con el dramático cabezazo de Pablo César Aguilar (61’) y el júbilo se desborda con el zapatazo de Oribe Peralta (78’). Antonio Mohamed se embriaga de alegría, junto con más de 70 mil gargantas que celebran la coronación... Y le piden lo imposible: que se quede.

“!No te vayas, ‘Turco’, no te vayas!”, se escucha al unísono. Entonces sí, el Estadio Azteca muta en coliseo, con unos atemorizados felinos como dóciles presas.

Miles de teléfonos inteligentes iluminan todavía más la velada azulcrema. Casi todos los presentes quieren inmortalizar la noche en la que sus Águilas se convierten en el mandamás de la Liga MX. Atrás han quedado los 11 cetros del Guadalajara, club que no ocupaba el segundo puesto entre los más ganadores desde hace 60 años.

El “¡Otra Copa, queremos otra Copa!” es opacado por el estruendoso “!Vamos, vamos América, que esta noche tenemos que ganar!”. Millones de corazones amarillos se exprimen.

Carlos Blanco tenía razón. El compositor del himno amarillo aseguró en su obra que “cuando las Águilas atacan, con coraje y con fe, tiembla el estadio... Casi estalla, cuando llegan al gol”. Y el ‘Coloso de Santa Úrsula’ tiembla durante los últimos 20 minutos, esos en los que el adversario juega con tres hombres menos por las expulsiones de Hernán Burbano, Damián Álvarez y el portero Nahuel Guzmán. La expulsión de Luis Ángel ‘Quick’ Mendoza pasa desapercibida para el delirante pueblo amarillo.

Extasiante fiesta, aderezada por el amor a ese hombre que desde anoche ha dejado de ser técnico americanista. “!No te vayas, ‘Turco’ no te vayas!” retumba, mientras los locales sobrellevan el cuarto de hora final. Un gol de los norteños obliga al tiempo extra, pero ya están muy debilitados... Al igual que sus aficionados.

Casi 30 mil simpatizantes de los felinos otorgan un peculiar tono de amarillo a las tribunas del inmueble, tan intenso como la lucha que varios sostienen para ingresar al inmueble y presenciar la enésima desilusión que les provoca un plantel lleno de figuras, pero descorazonado a la hora cero.

Pocas horas antes del silbatazo inicial, las decenas de revendedores que deambulan por Santa Úrsula buscan a esos personajes de peculiar acento, camiseta amarillo intenso y mucho dinero.

“Viajaron desde Monterrey, así es que no se van a quedar con las ganas [de entrar]... Pagarán lo que sea”, presume un hombre que guarda varios boletos en su chaleco. Minutos después, un seguidor felino le da la razón.

Desesperado porque sólo faltan 10 minutos para el comienzo, Antonio González y su novia sacan —en lo oscurito— un fajito de varios “Diego Rivera”. Pagan 11 mil pesos por dos entradas para Especial Bajo, cuyo costo original era de 700 por cada uno.

Redondo negocio para los comerciantes, legales e ilegales, que inundan las dos entradas del estadio. Los distintos modelos de playeras que conmemoran el duodécimo título águila no son suficientes para la demanda. La más solicitada es aquella, “pirata” que en la parte posterior trae los nombres de todos los jugadores registrados en el ya histórico plantel amarillo.

Los únicos que entran rápidamente son los miembros de las barras locales. El dispositivo desplegado por la Secretaría de Seguridad Pública obliga a que lleguen seccionados. El objetivo es poder revisarlos minuciosamente sobre Tlalpan. Casi resulta.

Integrantes del “Ritual del Kaoz” son despojados de varios papelitos y algunos extintores, pero algunos individuos les interceptan en su camino hacia los torniquetes. En una fracción de segundo, reciben algunos “obsequios” en las manos; la mayoría, son puestos en el calzado.

Antes de cerciorarse cuál es la zona a la que deben dirigirse, según indican sus respectivos “tickets”, los elementos de seguridad encapsulan a los fans norteños y envían hacia la cabecera sur.

“!Vamos, vamos América, que esta noche tenemos que ganar!”, se vuelve a escuchar. Y su equipo lo hizo, sin importar el terremoto interno que sus propios integrantes provocaron. El orgullo que hoy presume ese pueblo.

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