Río de Janeiro.— ¿Cómo puede un hombre detener el aliento de más de 40 mil personas menos de un minuto?

La respuesta es exclusiva del jamaicano Usain Bolt, quien ayer borró el primer pendiente en su libreta de hazañas al conseguir el oro en la prueba reina del atletismo: los 100 metros planos.

No hubo sorpresa en el estadio Olímpico Enganhao; el guión se cumplió tal y como estaba pronosticado. El “Relámpago” le hizo honor a su apodo al cruzar la meta en 9.81 segundos seguido del maduro estadounidense Justin Gatlin (9.89) y el canadiense Andre de Grasse (9.91 segundos).

Usain voló. No a la velocidad que lo hacía en 2008 o 2009 (9.58) pero la potencia que le queda en sus largas piernas aún es suficiente para mantener intacto su reinado en las pistas.

Un silencio sepulcral precedió al disparo de salida más esperado de la jornada. Todos de pie.

El gigante de 1.97 metros es el rey de la noche y él lo sabe. Lanza una mirada al cielo mientras se persigna. A correr.

“Es un buen comienzo. Siempre habrá gente que duda, pero estoy en mejor forma que la última temporada”, aseguró la superestrella, que tras cruzar la meta se golpeó el pecho, levantó el dedo en señal de número uno e hizo rugir al estadio.

El velocista decide dejar la mejor parte de la carrera para el final. Así es su costumbre. Los primeros metros los dedica a mantenerse al parejo de los otro siete competidores para después, a pocos metros de la meta, verlos de reojo e imponer su jerarquía.

Así llegó el tercer oro olímpico en los 100 metros para el recordista.

El show de Bolt inició minutos antes de la semifinal número dos. Desde que el súper atleta apareció en las enormes pantallas de televisión, mientras calentaba, el público no tuvo ojos para nadie más. Aunque a unos metros se disputaba final de salto triple femenil y la clasificación de salto de altura, toda la atención se centró en cada movimiento de la figura jamaicana.

“¡Bolt, Bolt, Bolt!”. El espectáculo había comenzado. Los gestos son conocidos por todos, pero no por repetidos dejan de entusiasmar a un público entregado a la figura del caribeño.

El efecto Bolt provoca que, al menos por una noche, los amantes del atletismo se olviden de los meses en los que sólo se habló de las trampas rusas y el dopaje de estado.

Con la medalla de oro en la bolsa, el protagonista de la noche se dedica a complacer a todos aquellos que pagaron un boleto para verlo. Recorre el estadio, lanza besos y hasta se toma selfies con algunos afortunados aficionados que pueden acercarse.

Lo suyo no es seguir el protocolo; quizá por eso decide quitarse sus doradas zapatillas para subir con un grupo de admiradores que le dedican una ovación.

Es el adiós a los 100 metros planos en Juegos Olímpicos. Cobijado por una bandera de su país, el mejor velocista del mundo agradece con su característica señal todo el apoyo.

El sprint olímpico se ha quedado huérfano en Río, pero jamás lo hará en la memoria de aquellos que vieron correr a Usain, el hombre que puede detener el mundo cuando el corre por las pistas y conquista corazones.

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