RÍO DE JANEIRO.— Mario Götze detuvo el tiempo del futbol. Recibió un centro de Andre Schürrle, lo bajó de pecho y remató de volea para fulminar la resistencia argentina. Un gol artístico que quedará para la posteridad, porque hizo válido el plan de Alemania para dominar el mundo de la pelota.

Götze selló la estampa con un emotivo beso a la Copa del Mundo, la cuarta en la historia teutona. Conquista que llegó desde el sufrimiento de los tiempos extras, donde el destello del joven de 22 años definió con el 1-0 final.

Su gol llegó al 113’. Nunca es tarde para alcanzar la máxima gloria y no importa si los penaltis estaban al acecho para definir al campeón de Brasil 2014.

Alemania aprendió a sufrir. Durante muchos torneos y Mundiales tuvo descalabros dolorosos, pero que jamás lograron derrumbar sus intentos de poner otra estrella en el escudo de la Mannschaft.

Desde 1990, los germanos sólo pudieron quedarse con la Eurocopa de 1996 y rondar los primeros puestos de las Copas del Mundo, pero jamás alcanzaron el trono.

Ese dolor se incrementó cuando fueron marginados de su Mundial, en 2006, por Italia, cuando se esperaba que lograran el título en casa.

Mas no renunciaron a una filosofía de juego, ni a un proyecto de una década que encabezó el técnico Jürgen Klinsmann y que continuó su heredero, Joachim Löw. El hoy técnico campeón del orbe se mantuvo en su cargo, pese a las derrotas.

Esa confianza y fe en una idea rindió frutos ayer.

La final del estadio Maracaná no traicionó esa historia reciente de los alemanes en el futbol.

El esférico estaba en los pies de los europeos. Tocaban y tocaban, en la búsqueda incesante de abrir la lata albiceleste. Argentina, en cambio, tenía el contragolpe y el aprovechamiento de los errores rivales como premisa hacia el éxito.

Así, Gonzalo Higuaín, Lionel Messi y Rodrigo Palacios se presentaron en mano a mano con el portero Manuel Neuer. Los tres argentinos desperdiciaron las ocasiones más claras del partido.

La Pulga palideció junto con la estrategia de su selección. Obligado a comportarse como el D10S futbolero de su país, como lo hizo Diego Armando Maradona, renunció a convertirse en una deidad para mantenerse como un jugador mortal, un fantasma deambulante en el terreno de juego.

Su pifia, luego de cruzar demasiado su disparo se convirtió en un saque de meta, en lugar de un gol que parecía de rutina para lo que el argentino suele regalar en el Barcelona de España.

Messi nunca fue el mismo. No volvió a regalar ninguna pincelada, que diera indicios de la presencia del mejor jugador del Brasil 2014 (según la FIFA).

Desapareció en el que había llamado “el partido de su vida” y se queda sin el trofeo que le hace falta para competir con Maradona.

Los alemanes, pacientes, calculadores encontraron la ruta hacia el agónico gol. Todo se gestó en la banca comandada por Löw.

El partido se encontraba roto. El fondo físico de dos selecciones que se batieron a muerte como dignos finalistas y grandes combatientes, comenzaba a dejar huecos entre las líneas. Las barridas eran constantes y fuertes.

Löw decidió refrescar su frente de ataque. Apostó por sacar al mítico delantero, Miroslav Klose. Los 16 goles en Mundiales que tiene el atacante de la Lazio para ser el mejor romperredes en la historia de la máxima justa del futbol, resultaron prescindibles en la final del estadio Maracaná.

El técnico decidió darle ingreso a Mario Götze antes de que los tiempos extra quedaran decretados por el silbante Nicola Rizzoli.

“Debes hacer el gol”, le dijo Klose a quien lo sustituía.

Y sí. El joven del Bayern Munich no falló ante la solicitud del veterano delantero.

Una escapada por la banda izquierda de Andre Schürrle, quien terminó por mandar un centro despertó la imaginación de Götze.

Bajó la pelota con el pecho, cruzó al entonces imbatible Sergio Romero. Era el gol del tetracampeonato de Alemania (1954, 1974, 1990 y 2014), un instante eterno para la historia de los Mundiales.

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