Las Súper Sexys es un grupo de jóvenes homosexuales que no están dispuestos a vivir aislados y a ser discriminados como sucedió en otros tiempos. Están en busca de su identidad y del respeto de la comunidad. Para lograrlo han encontrado dos formas: con el telar de cintura, el legado más grande de las mujeres de su pueblo, y jugando baloncesto.

Estamos en el patio de la casa de Kenia del Castillo, bajo las ramas de un gran árbol de mango, que deja pasar el aire húmedo que corre en ese punto de Guerrero que no es montaña ni tampoco costa: Xochistlahuaca.

—Nosotras no somos famosas, pero tenemos a nuestra Reina del Norte, Kenia del Castillo.

—¿Por qué la Reina del Norte? ¿Se fue a Estados Unidos?

—No, ella trafica hierbas verdes.

—¿Marihuana?

—¡Nooo! Trafica epazote, hierbabuena, cilantro— dice Sherlyn y todas sueltan la carcajada. En un extremo está Kenia del Castillo y Marimar sentadas en sillas pequeñas y sobre las piernas tienen un telar. Le dan forma con hilos de colores a flores, mariposas y figuras geométricas: pasan una bola de hilo por el telar, luego con un madero lo jalan y después con una vara lo aprietan. Después confeccionarán huipiles, blusas, bolsas, pulseras o diademas. Del otro lado, Sherlyn borda a mano una servilleta para tortillas.

—¿Por qué tan callada? —le grita Marimar a Sherlyn.

—No quiero hablar, me da pena. Además, mi mamá dice que no hable con desconocidos, porque soy la señorita de la casa —declara en un tono socarrón y otra vez todas ríen.

Mientras tejen y bordan esperan a que lleguen las demás chicas. En un par de horas todas juntas tienen un compromiso: jugar un partido de baloncesto. Junto con otras 12 chicas, se reúnen desde hace 10 años para trabajar, protegerse y, sobre todo, divertirse. Su grupo no tiene nombre, pero en Xochistlahuaca cada vez son más conocidas como Las Súper Sexys, el nombre de su equipo.

Sherlyn, Kenia del Castillo y Marimar son también Tranquilino de Jesús, Zaqueo Sebastián y Mauricio López. Los tres son homosexuales, indígenas ñomndaa [amuzgos], tejedores, campesinos, ganaderos, coreógrafos, decoradores y deportistas.

En pueblo chico

Xochistlahuaca significa en náhuatl “llanura de flores”, aquí predominan los indígenas ñomndaa. Según el último censo del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), 94% de los pobladores son nativos, hablan su lengua materna y llevan consigo todo lo que significa ser indígena en Guerrero: 69.83% de su población tienen un muy alto grado de rezago social. En números: de los 28 mil habitantes, 20 mil viven en pobreza extrema.

Xochistlahuaca es un lugar casi rural: calles angostas, muchas sin pavimentar, servicios básicos limitados, accesos precarios y lo poco que está urbanizado está en malas condiciones. Es un municipio pequeño y por sus calles se puede caminar tranquilamente. Aún conserva muchas de sus tradiciones. La más visible es la vestimenta: en el día a día, las mujeres portan el vistoso huipil de telar y los hombres un pantalón blanco de manta cruzado atado en la cintura, una camisa de cotón y sombrero de palma. Los domingos su plaza central se llena de colores: huipiles, blusas y todas las prendas que hacen con el telar las sacan a vender.

En Xochistlahuaca se mantiene casi intacta la tradicional estructura social: familias católicas, mujeres dedicadas al hogar y los hombres al trabajo, en el campo sembrando y cosechando maíz, frijol, mamey, naranja y limón para proveer lo faltante.

Pero acá las mujeres tienen un papel notorio, elaboran con sus manos uno de los productos más preciados para su pueblo: los huipiles de telar de cintura. Y en éste, Xochistlahuaca la comunidad gay, busca un lugar, su lugar. Gregorio Zepeda, de 46 años, es homosexual; es promotor cultural y en su adolescencia le tocaron los tiempos en que la discriminación en contra de los homosexuales era dura.

Zepeda conserva la tradición: anda con su pantalón blanco cruzado y con guayaberas con detalles de los tejidos. Habla un español casi perfecto siempre arrastrando el acento de su lengua materna: el amuzgo.

“En ocasiones no querían vendernos nada en las tiendas, escuchabas: ‘No les vendan a esos enfermos’”, recuerda Greg, como lo conocen acá. Cuando tenía 14 años, cuenta, en el pueblo se dieron varios casos de sida; casi todos llegaron hasta la muerte.

“Nos rechazaban feo, decían que el sida era la enfermedad de los putos”. Lo cierto, dice Greg, es que en ese tiempo murieron tanto homosexuales, como mujeres y hombres heterosexuales. Ahora hay más aceptación, los homosexuales han ganado espacios en lo laboral, en lo social y en lo cultural, pero la discriminación continúa: “Pinche puto”, “componte” y “maleducado” son expresiones que aún escuchan los homosexuales en Xochistlahuaca.

Lo que todavía es impensable es que un par de hombres se tomen de la mano y caminen por la calles como novios. “Uno lleva al novio a la casa, pero nunca los presentas así, dices que es tu amigo. Tu familia sabe, pero se hace y pues tú también te haces. Nos engañamos todos”, explica Greg.

Desde hace 20 años, en Xochistlahuaca en los días de carnaval, los homosexuales visten con el traje tradicional: el huipil tejido, con collares de colores y trenzas en la cabeza, se pintan el rostro y encabezan la danza del Pichiquie, un baile que simboliza la quema de los males.

Ahora, Pichiquie no es sólo una danza, sino una forma de nombrar exclusivamente a los homosexuales. “Pichiquie” puede significar “maricón” o “chistosito”.

Diferentes sueños

Las historias de Sherlyn, Kenia del Castillo y Marimar están impregnadas de resistencia, de tener la adversidad siempre en cara por ser gays, por ser indígenas y pobres. Tienen sueños que no pudieron cumplir por la falta de dinero, porque los sueños tienen precio.

Tranquilino de Jesús, de 27 años, Sherlyn, desde chico quiso ser profesor de danza, estudiar en la escuela de artes en Tixtla. Un día cuando su papá le preguntó qué quería hacer después de haber terminado la preparatoria, Tranquilino se lo dijo: estudiar para profesor de danza, pero se topó con la realidad de la familia: no había dinero para pagar los estudios.

No cambió su propósito. Ahora no es profesor de danza, pero parte de sus ingresos los obtiene bailando. Monta coreografías de 15 años; bailables, danzas folclóricas y decora todo tipo de fiestas. El resto lo obtiene tejiendo huipiles y bordando servilletas.

Tranquilino es el más extrovertido. No para de bromear, de sonreír. Su aspecto es más cercano a un afrodescendiente que a un indígena: su piel es morena y su cabello crespo.

Tranquilino ha vivido su homosexualidad con normalidad. “Desde chiquito me gustaron los niños y jugar muñecas”, responde cuando se le pregunta por el momento en que definió su preferencia sexual.

En su casa, dice, siempre lo trataron normal; cuando tocaba hacer labores en el campo, Tranquilino agarraba sus herramientas y se iba sembrar, a limpiar la milpa o a cosechar el elote.

“En mi casa me respetan, al principio mi papá no me entendía, pero ahora me apoya. Lo único que me pide es que me porte bien y que me cuide”. Esa tarde que platicamos, Marimar llegó corriendo a la casa de Kenia del Castillo. Su mamá no le daba permiso de salir porque la noche anterior se fue de fiesta y llegó tarde.

Mauricio López, de 29 años, Marimar, vive con su madre y su hermana, su padre murió. Desde entonces, Mauricio es quien se encarga de proveer el alimento básico de los indígenas: el maíz. Este año sembró un cuarto de litro de maíz en un terreno de 120 metros cuadrados que le prestaron. Pretende sacar 10 costales de 50 kilos, para garantizar las tortillas durante siete meses para su familia y para sus animales.

La faena comenzó en mayo: preparó la tierra, hizo los surcos, sembró la semilla y ahora está abonando las plantas. En septiembre cosechará. Después de que se le termine, tendrá que comenzar a comprar el maíz a 250 pesos cada costal. Para obtener ese dinero, Mauricio tendrá que tejer huipiles y bordar servilletas, con sus amigas.

Zaqueo Sebastián, de 29 años, Kenia del Castillo, de los tres es el que lleva una vida económica más cómoda: en su casa vende cervezas y los clientes casi nunca faltan.

Integración

Son las 3 de la tarde y estamos en la cancha de la primaria de la comunidad Renacimiento. Están jugando Las Súper Sexys en contra de Real Rancho.

—¡Agarren a su marido! —ordena Carlos a sus compañeros después de que Las Súper Sexys anotaron una canasta.

—Mi marido es éste, agarra al tuyo —le reclaman a Marimar.

Las Súper Sexys roban más sonrisas al público que balones al equipo contrario. Por cada tres canastas que anota Real Rancho, ellas hacen una. Pero está claro que las chicas juegan para vincularse con la comunidad.

Ellas organizaron el torneo que están jugando: lanzaron la convocatoria y se inscribieron siete equipos de distintos pueblos y, según dice Marimar, otras comunidades esperan a que termine para anotarse.

“El torneo lo hicimos para reunirnos, pero también para convivir con la comunidad y, sobre todo, para que los jóvenes del pueblo tengan en qué divertirse sanamente”, explica Marimar, la tesorera de la liga.

Del juego pasó la primer mitad y no se ve que Las Súper Sexys puedan retomar el marcador.

—¿No vas a jugar? —le preguntan a Kenia del Castillo al ver la necesidad de un relevo en el equipo.

—No. No puedo, estoy embarazada —responde y en la tribuna se arma el relajo.

En la cancha Las Súper Sexys no dan una y por eso festejan hasta las fallas del equipo contrario. “Por eso te amo papi”, le dice Marimar a un contrario que falla el tiro.

“Eso mami, eso mami”, animan a Cely, una chica de un metro con 50 centímetros que no deja en paz a su contrincante, un jugador de casi un metro con 80. Al final el partido quedó 31 a 13, favor Real Rancho.

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