GUADALAJARA.— Espadas cargadas de picanha van del asador a la mesa. Decenas de personas, la mayoría con camisetas amarillas, degustan el corte brasileño por excelencia. Se han reunido por una razón: ver la inauguración de la Copa del Mundo, que ha terminado con una fiesta para la escuadra local, envuelta en una polémica arbitral, luego del 3-1 sobre Croacia.

A miles de kilómetros de Sao Paulo, hay lugar para la nostalgia. El restaurante Scratch do Oro, en Guadalajara, se convierte en el centro donde son convocados los cariocas que viven en la Perla Tapatía. “Aquí es como el corazón de Brasil en esta ciudad. Me siento como embajador de Brasil aquí, porque toda la comunidad brasileña aquí viene, aquí nos encontramos y aquí disfrutamos un poco de Brasil”, explica Paulo César Silva, ex jugador del Puebla en la década de los 90 y dueño del lugar.

Aunque están lejos de su patria, acuden al llamado dispuestos a escenificar una fiesta. Está en su sangre. Viven ahora en la ciudad más “brasileña” de México. Guadalajara protagoniza un permanente romance con ese país del cono sur, desde 1970, cuando Pelé y compañía sedujeron a la Perla Tapatía con su futbol. Hicieron vibrar al estadio Jalisco y sólo salieron de él para coronarse en el Azteca frente a Italia, en aquella Copa del Mundo.

Un amor eterno. Inquebrantable. Que ha sobrevivido los años. Por eso, además de los nacidos allá, en este lugar hay mexicanos con la camiseta verdeamarelha. Brasil es local en Guadalajara. El apoyo es permanente, sin importar la enorme cantidad de kilómetros que separa a este sitio de la Arena Sao Paulo.

El deseo es unánime: “Que gane Brasil, por supuesto”, explica Jane Ferreira. Radica en México hace 12 años, pero hoy el futbol provoca una inevitable nostalgia por su tierra. “Extraño estar ahí, la verdad, pero tener la compañía de mis amistades acá ayuda a amenizar un poco lo que siento. Claro que quisiera estar allá para el Mundial, por supuesto, pero ya cuando uno tiene familia, ya no es posible”, explica en una muy entendible mezcla de portugués y español.

Como muchos, ha llegado temprano para ver desfilar por su mesa las espadas con más de 10 cortes de carne diferentes que se sirven en el lugar. Primero comer. Enseguida, el verdadero motivo de la visita: ver el debut de Brasil en su propia Copa del Mundo, en la que busca exorcizar los demonios que el Maracanazo dejó desde 1950.

En contra de todo pronóstico, es Croacia el equipo que toma ventaja. Regina Tavares, brasileña con siete años en México, se toma la cabeza con ambas manos. Pero se mantiene en el optimismo. Está en su sangre festiva, acostumbrada a la gloria que ahora quiere repetir.

El 1-1 de Neymar levanta a los comensales de sus sillas. Lo gritan tan fuerte como si estuvieran en Sao Paulo. El cuerpo está lejos de la patria. El corazón, no. Algunos se paran a bailar. Desde el principio se sabía: es una fiesta que esperan prolongar hasta la gran final.

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