En una espléndida entrevista, publicada la semana pasada en este mismo diario por Jacobo Zabludovsky, El Cigala habla sobre el duende, que tan bien conocen los cantaores de flamenco.

“Todo lo que tenga sonidos negros es el duende”, dice El Cigala, y habla de que hará un disco en homenaje a Federico García Lorca. Precisamente, sobre ese tema —complemento a la entrevista de Jacobo y referido a las corridas de toros— encontré un artículo de Federico García Lorca titulado “Teoría y juego del duende”.

Dice en una de sus partes: “En los toros adquiere sus acentos más impresionantes el duende porque tiene que luchar, por un lado, con la muerte, y por otro con la geometría, con la medida, bases fundamentales de la fiesta. El toro tiene su órbita, el torero la suya, y entre órbita y órbita hay un punto de peligro, que es el vértice del terrible juego que es el toreo. Pero el duende es algo especial. Se puede, por ejemplo tener musa con la muleta o ángel con las banderillas y pasar por un buen torero, pero con la capa y en el momento de la estocada final, se necesita sin remedio la ayuda del duende para dar en el clavo de la verdad artística. El torero que asusta al público en la plaza con su temeridad, no torea, sino que está en el plano de lo burdo y ridículo, al alcance de cualquier hombre con ganas de jugarse la vida. En cambio, el torero mordido por el duende da una lección de música pitagórica y hace olvidar al público que tira constantemente su corazón sobre los cuernos.

Lagartijo con su duende romano, Joselito con su duende judío, Belmonte con su duende barroco y Cagancho con su duende gitano, enseñan, desde el crepúsculo del anillo de la arena, a poetas, pintores y músicos, cuatro grandes caminos del duende en la tradición española. Porque España es el único país donde la muerte es el espectáculo nacional, donde la muerte toca sus largos clarines a la llegada de la primavera, y su mejor arte está regido por un duende agudo, que le ha dado su diferencia y su invención ante el resto del mundo”.

De los toreros contemporáneos, podríamos decir que El Calesero tuvo duende —era el duende—, lo mismo que Silverio y Luis Procuna. Entre los españoles que he visto, tuvo duende Paco Camino o Morante de la Puebla. Me dicen que Curro Romero lo tenía, pero aunque lo vi varias veces, por desgracia nunca me tocó que hiciera una buena faena.

¿Cómo descubrir el duende? Es un misterio que depende de la conexión, más emocional que racional, entre el artista y el espectador (o el lector).

“Es un poder misterioso que algunos sienten y ningún filósofo explica”, dice García Lorca. Y cuenta una anécdota curiosa, pero que dice más que mil palabras: “La vieja bailarina gitana La Malena, en una ocasión exclamó oyendo un fragmento de un concierto de Bach: ‘¡Olé! ¡Eso tiene duende!’”

MACÍAS: TORERO DE GRANDES POSIBILIDADES

Ayer, en la Plaza México, con una mejor entrada que las anteriores tardes, el triunfador fue el llamado El Cejas.

Vaya tarde. Arturo Macías ha sido un torero que nos hizo concebir grandes esperanzas desde que debutó de novillero —en que empezó su faena de muleta de rodillas en el centro del ruedo, valientísimo, con un toro de Barralva, en su encaste español, inolvidable—.

Luego, ya como matador, hizo muy buenas faenas en Aguascalientes y en la Ciudad de México. La corrida que pudo haber sido su consagración —de alguna manera lo fue— resultó una tarde de febrero de 2009, en que le cortó un rabo a un toro de San José, al lado de Enrique Ponce, quien también triunfó. Después, ya con un cartel privilegiado en nuestro país, realizó una desafortunada campaña en España, pésimamente administrado —Carlos Arruza decía: “la mitad es lo que uno hace en el ruedo; la otra mitad lo que hace tu apoderado por fuera”— y en que recibió tres graves cornadas, como para retirar al más valiente.

Lo ponían en carteles de segunda, con ganaderías duras y peligrosas. ¿Por qué entonces aquí en México se les da a los españoles —sobre todo a los que traen el cartel de figuras— un trato privilegiado? Pero en fin, en España casi acaban con Arturo Macías —un tal Corbacho, nefasto, era su apoderado—. Pero es muy buen torero y renació. El año anterior y éste ha hecho muy buenas campañas por los estados y ayer llegó a la Plaza México a reafirmar su cartel.

En su primer toro, muy quedado, metido entre los pitones, hizo una faena valientísima en el que, si lo mata pronto, corta una oreja. En su segundo, último de la tarde, llamado Tito —esperamos que en honor a Tito Monterroso, a quien le encantaba la fiesta—, estuvo enorme. Quizá ha realizadso la mejor faena que le hemos visto en la Plaza México. Templado, valiente y poderoso. Con méritos como para figurar entre los mejores toreros de la actualidad. ¿Por qué no tiene ese sitio? Tandas largas por la derecha y por la izquierda y unos cambios por la espalda espeluznantes. ¡Olé por El Cejas!, ojalá lo repitan pronto, y esperamos, pero ya, que le den el lugar que le corresponde en la baraja taurina.

FABIÁN BARBA: ESFORZADO

Fabián Barba estuvo muy bien toda la tarde. Tiene valor y sabe torear, y hasta cierta clase. En su primero, al tirarse a matar, recibió una horrible voltereta, pero se puso de pie sin mirarse la ropa. Merece más oportunidades.

‘EL CAPEITA’: SEGUNDAS PARTES NUNCA FUERON BUENAS

El primer problema de El Capeita es que trata de torear en forma demasiado parecida a la de su señor padre, el famoso Niño de la Capea. Pero no tiene ni el valor ni la técnica y mucho menos el arte de él. En su primero, el toro le hizo un extraño en un quite por “tafalleras”, tomó precauciones y se desinfló. Qué pena. En realidad, estuvo desinflado toda la tarde y hasta un concierto de pitos recibió.

Los toros de La Punta, que en realidad ya no son de La Punta, aquella ganadería de los hermanos Madrazo, preferida por Armillita y Manolete y ahora mezclada hasta con toros de Chafic, quedada y mansa, con excepción del sexto. Y para el domingo próximo, nos dicen, regresa Arturo Saldívar.

Ojalá.

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