Río de Janeiro.— El arte urbano puede mirarse de dos maneras en Río de Janeiro. La primera, en las detalladas pinturas que decoran barrios como el de Fátima, Lapa y en Santa Teresa; la segunda, en los grafitis que dan vida a las calles cercanas al Sambódromo, sede de las competencias de tiro con arco en los Juegos Olímpicos.

Expresar la realidad social en lienzos de concreto es una tradición en el país sudamericano, más aún desde que la práctica se hizo legal apenas en 2012. Ahí, los Juegos Olímpicos pasan casi inadvertidos. Aunque se encuentran a poca distancia de algunos de los principales escenarios de competencia, en las calles no se observan anuncios sobre la edición XXXI de la justa veraniega y tampoco carteles sobre deportistas estrellas como el jamaicano Usain Bolt o el multimedallista estadounidense Michael Phelps.

“Creo que es una forma de mostrar la creatividad que tenemos en este país, de mostrarle al mundo que tenemos mucho talento para proyectar la realidad en dibujos, aquí nos gustan el color y las formas y creo que eso se nota. En lo que se refiere a los Juegos sí sabemos que son en Río, pero muchos de nosotros no tenemos dinero para pagar las entradas”, comentó Thiago Dorantes, quien vive en el barrio de Santa Teresa, en el centro de la ciudad.

La Escalera de Selarón es el lado turístico de la creatividad brasileña; es ahí donde se cuenta la historia del país anfitrión de los Olímpicos en 215 escalones distribuidos en 125 metros. Lo mismo se puede ver un músico con guitarra en uno de sus peldaños, que algunos vendedores tratando de obtener algunos reales extra con recuerdos y fotos del lugar.

En sus peldaños se pueden encontrar datos como el día de la independencia de los sudamericanos, pequeñas biografías de autores locales y hasta recetas de bebidas tradicionales.

A pocos metros, en Lapa, los dibujos retratan escenas típicas de las familias brasileñas. Pueden observarse en las cortinas de los negocios pinturas sobre deportes, cantinas, animales, samba y bossa nova.

Personas indigentes desentonan con el lugar casi en cada esquina del barrio, mientras que decenas de vendedores ofrecen sus productos a los pocos turistas que retratan la realidad brasileña.

El estilo cambia camino al Parque Olímpico, donde figuras amorfas y sin color expresan el desencanto de los pobladores ante la crisis económica, política y social que vive Brasil.

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