Cada domingo, esté donde esté, a la hora que sea, Jorge Mario Bergoglio, mejor conocido como Francisco, máximo jerarca de la religión católica, debe estar enterado de una cosa… “Cómo le fue al Cuervo, cómo le fue a San Lorenzo”.

El Papa lo ha declarado abiertamente: es futbolero desde pequeño. En Buenos Aires su pasión por el futbol era grande y más por los de Boedo, un gusto heredado de su padre, un ferrocarrilero y contador que lo llevó a todos los juegos durante 1946. Eso lo dejó marcado.

Casi 60 años después, quien fuera el pequeño Jorge ya no corre tras la pelota, sólo ve de lejos, pero siempre con gran cariño, el deporte que lo acompañó durante su niñez.

“Como buen argentino, el Papa ama al futbol, como ya saben todos es de San Lorenzo y muy apasionado”, recuerda el padre Hernán Páez, ecuatoriano, que en la década de los 80, acompañó al padre Bergoglio en diferentes misiones por Argentina.

“Siempre que lo veo se lo digo en broma, que cuando era mi jefe se enojaba más si llegábamos tarde al futbol que a una misa”, agrega el ecuatoriano, quien da clases en un colegio de Nueva York.

¿De qué jugaba el entonces padre Jorge? Hay muchas versiones. Las más dicen que lo intentó en diferentes posiciones, más como delantero, aunque al final, el futbol no estaba marcado como su destino final. “Cuando tuvo 19 años —revela Páez— tuvo una operación por la cual se quedó con un pulmón y eso lo inhabilitó para seguir jugando, pero como Jesuita y formador de jóvenes quería que practicáramos deporte y claro, el futbol”.

Eran los años 80. La dictadura militar gobernaba Argentina. Las condiciones económicas no eran las más favorecedoras. En ese tiempo, Jorge Bergoglio era el superior del colegio Máximo San José, ubicado en el Gran Buenos Aires, la zona metropolitana. “El deporte era una forma de atraer a los jóvenes al buen camino. Él administraba muchas parroquias y entre éstas organizaba torneos. En todos los templos tenía que haber mínimo una cancha de futbol. Nosotros teníamos además, una de frontón y pelota vasca. Siempre se podía ver a mi jefe yendo a vernos jugar. Ya no podía correr, pero le gustaba mucho estar con nosotros, se emocionaba”.

Todas las semanas, los diferentes alumnos, aspirantes a sacerdotes, acompañaban a su director por los barrios de Buenos Aires haciendo obras de bien. “Trabajábamos exhaustivamente”, y al fin de semana “nos quedábamos en casa”. No había muchos recursos y los que caían eran para hacer obras de caridad y ayudar a los enfermos. “Así que aunque sabíamos que tenía unas ganas bárbaras de ir a Gasódromo [la antigua cancha de San Lorenzo], se las aguantaba”, relata.

Para calmar esos ímpetus, el padre Jorge paseaba por los barrios humildes de Buenos Aires. “Paseaba por los campitos, viendo a los chicos imitando a las grandes figuras, y fíjate que algunas veces lo vi gritando los goles de ellos”.

La amistad entre el Papa y el padre Páez ha durado más de 30 años y “cuando puedo tener comunicación con él, lo que siempre me dice es que como buenos futbolistas salgamos a las calles a pastorear, y seamos parte activa del juego”.

El Papa llega hoy a México y aunque viene a predicar, “seguro se quedará con las ganas de ir al estadio, entrar, sentarse en las gradas y como en aquel lejano 1946, de la mano de su padre, gritar los goles de su querido ‘Cuervo’ San Lorenzo”.

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