Río de Janeiro.— Tomarse una foto en los aros olímpicos o el letrero Río 2016 instalados en Copacabana, es a lo único que pueden aspirar Alexandra y sus dos hijas: Layane y Leandra.

Asistir a las competencias de los Juegos es imposible. Ni siquiera se atreven a imaginarlo.

Con un sueldo de mil 500 reales al mes, la pequeña familia no puede darse el lujo de presenciar la primera justa veraniega en Sudamérica, por más que el deseo de ver a los mejores atletas del mundo le carcoma por dentro.

“Los Juegos son para ricos, la mayoría de la población brasileña no puede pagar los costos de los boletos, y menos aún si tienen familia, el costo de transportarse a las sedes, de las entradas y de la comida que también es muy cara, es un lujo que no podemos darnos”, se lamenta una trabajadora y madre de familia que ve imposible participar de la fiesta de Río de Janeiro 2016.

En 2009, cuando Brasil fue electo como sede de los Juegos, la situación económica era mucho mejor, los alimentos y transporte no eran tan caros; además de que el empleo iba cuesta arriba.

Siete años después, los cariocas viven una nueva realidad, una que no les permite disfrutar de su propia fiesta.

“Definitivamente los costos de los boletos estaban elevadísimos cuando salieron a la venta, después hicieron unas promociones y los bajaron, pero aun así no podemos asistir, esa es la cruda realidad. En mi caso, tendría que pensar en tres entradas de más de cien reales, además de lo que consumamos y algún souvenir que también está sobrevaluado. No nos queda más que tratar de disfrutar el ambiente en las calles, con las figuras de arena y los aros olímpicos; nada más”, añadió sin dejar de observar los grandes escenarios, esos que sólo reciben a los que tienen recursos.

Alexandra no es la única que se ha quedado con las ganas de apoyar a sus selecciones nacionales; también los trabajadores de la construcción Evando, Paulo y Fabio, quienes trabajan diez horas al día por mil 300 reales al mes. Ellos, están resignados a ser simples espectadores de televisión.

“Si yo fuera a los Juegos Olímpicos un día me podría gastar la mitad de lo que gano en un mes. Para el grueso de la población su prioridad es comer y pagar sus rentas; los Juegos llegaron en un mal momento para Brasil”, explicó Evando, un tanto decepcionado.

A Paulo le gustaría ver en acción al equipo de voleibol. De niño, el trabajador soñaba con convertirse en uno de ellos, pero la vida lo llevó por otro camino.

“Tengo que trabajar muchas horas para juntar el dinero necesario para mis necesidades básicas. El costo de las cosas se incrementó muchísimo, pero los sueldos siguen siendo los mismos”.

Aunque estadios como el voleibol de playa y el Complejo Acuático lucen casi siempre llenos, otros como el Sambódromo, el complejo Río Centro y el Centro Acuático María Lenk lucen apenas a la mitad de su capacidad.

Esa es la realidad de millones de brasileños quienes, afectados por la crisis económica y política por la que pasa su país, han tenido que conformarse con ver sus propios Juegos desde fuera o convertirse en simples espectadores de televisión.

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