Lo único que realmente hacía dudar a Alfredo Talavera Díaz (La Barca, 18 de septiembre de 1982) era abandonar a su madre, pero de inmediato reaparecía esa ilusión de darle mayor calidad de vida, por lo que aceptó la invitación del Guadalajara.

Para entonces tenía 16 años de edad, su futuro en la portería era tan enorme como él (188 centímetros de su estatura) y los logros como ariete eran sólo anécdota.

El hoy guardameta mundialista no tiene una historia relacionada a otro deporte, aunque sí a una posición distinta a la que dio esa remuneración que tanto anhelaba para ayudar a doña Estela Díaz. Cuando era adolescente, sobresalió como delantero en varios equipos de La Barca. Tenía un fuerte disparo y su desarrollo físico le permitía imponer condiciones en el juego aéreo.

Se perfilaba para tener una carrera como ariete... Hasta que su último entrenador llanero decidió probarlo debajo de los tres postes. El resultado fue asombroso.

Alfredo descubrió que su habilidad para detener el balón era superior a la que mostraba cuando lo pateaba. Inició la aventura que ha llegado a su clímax como parte del grupo que participará en Brasil 2014, por más que jugar luzca casi imposible para él.

No le interesa el panorama. Su vida ha estado marcada por los cambios inesperados, así es que no descarta la posibilidad.

Debutó en la Primera División dentro de un Clásico de clásicos. Su ídolo, maestro y amigo, Oswaldo Sánchez, fue expulsado una jornada antes, por lo que el actual seleccionado se presentó en un juego de alta exigencia.

Lo había hecho de manera sobresaliente... Hasta que la adrenalina le traicionó. Detuvo un penalti a Cuauhtémoc Blanco, mas la euforia provocó una salida suicida y Reinaldo Navia lo aprovechó para anotar el gol de la victoria del América (1-0).

“Es un recuerdo un poco extraño, porque cumplí el sueño de debutar y hasta paré un penalti, pero después anotaron y el equipo perdió”, comparte Talavera. “Siempre he enfrentado los retos, por más difíciles que sean. Nunca me ha dado miedo lo que debo hacer”. Se ha acostumbrado a la sorpresa, no le ha quedado de otra.

Como en la Copa de Oro 2011, cuando el proceso encabezado por José Manuel de la Torre vivió un punto alto. Cinco futbolistas, entre ellos, Guillermo Ochoa, fueron separados de la Selección Mexicana tras dar positivo por clembuterol, en un control antidopaje preventivo. Semanas antes, José de Jesús Corona fue dado de baja por propinar un cabezazo a Sergio Martín, entonces preparador físico del Morelia, así es que Alfredo llegó a la titularidad... Y respondió.

Su más reciente victoria moral fue sobre Moisés Muñoz, quien era considerado favorito hasta para ser titular en la XX Copa del Mundo, debido a la amistad que tiene con Miguel Herrera.

Al final, El Piojo se decidió por Corona, Ochoa y Talavera, cuyo nivel en el Toluca le garantizó un sitio en la nómina definitiva.

El jalisciense se lo propuso y lo consiguió. Así ha sido su vida, marcada por el temple y los inesperados cambios, siempre bien resueltos. Ninguno como aquel que lo cambió de área, ese que le permitió dar una mejor vida a doña Estela.

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