Da lo mismo si es escarlata, carmesí, bermellón, grana o simplemente rojo. Es la noche de la marabunta del vaivén, esa que apenas resulta salpicada por tímidos lunares verdes. El moderno estadio Nacional se tiñe del color que tanto enorgullece a un pueblo ávido de celebrar la clasificación a la Copa del Mundo, aunque el eterno adversario le pone el pie, una vez más.

Lo que explicó las lágrimas que resquebrajaron las diminutas composiciones artísticas creadas en miles de mejillas. La selección de Costa Rica se encuentra en el umbral de Rusia 2018, pero no termina de cruzarlo. Una victoria anoche le daba el boleto.

Triste colofón a una jornada en la que no importó desembolsar hasta 200 dólares por una entrada. La reventa está permitida y resulta despiadada en momentos determinantes, como el de ayer.

Nadie que tuviera uno de esos preciados tickets dio espacio a la catástrofe personal. Las puertas del inmueble fueron abiertas 240 minutos antes del silbatazo inicial, pero hubo quien estuvo cerca desde que salió el sol.

Noche especial para los ticos, quienes también anhelan demostrar que el terrorismo no ha llegado a su país. La amenaza de bomba por la que fue desalojado el Ricardo Saprissa, durante el partido de liga entre el Saprissa y el Grecia, queda como anécdota.

El dispositivo es riguroso e incluye cero concesiones, sobre todo para los aficionados mexicanos, a quienes se les impide entrar con máscaras de luchadores y banderas, las cuales les son quitadas las astas. Las pancartas tampoco son permitidas.

“Es una injusticia, porque no venimos a robar ni a hacer incidentes”, expresa Mario Torres, quien viajó desde Tabasco y tuvo que dar a la policía su “tapa” de Rey Mysterio. La policía que se la quita promete regresársela después del juego.

No tiene de otra más que confiar, como lo hace la marabunta, que a pesar de la decepción, no pierde los estribos, por más doloroso que sea no clasificar al Mundial… Aún.

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