Salvador de Bahía.— En la Arena Fonte Nova, Oribe Peralta juega sin complejos. Defiende a México, mientras cobra 2.5 millones de dólares al año en el América, su club.

Al dejar el recinto y cruzar la calle, hay gente en las favelas que vive con 40 billetes verdes al mes. Es el futbol olímpico entre la pobreza y los desequilibrios económicos.

Brasil es un país de contrastes y Salvador de Bahía es un ejemplo. El recinto donde jugó el Tri contra Alemania tuvo un costo de 295 millones de dólares y fue construido en una zona cercada por los barrios desordenados donde habita la gente bahiana de escasos recursos.

Al caminar en los alrededores de Fonte Nova se nota la diferencia. El coso futbolero “vestido” con los anuncios de los Juegos Olímpicos luce espectacular, de primer mundo. Butacas bien pintadas, una iluminación que le da una belleza nocturna notable y las instalaciones son cómodas, seguras, además de acogedoras para los visitantes. Un lugar que puede competir con los mejores estadios del mundo.

Voltear la vista significa darse cuenta del polo opuesto. Casas maltrechas con ladrillos roídos, sin ventanas y con tendederos improvisados que muestran ropa con jirones. La gente camina rumbo a la favela por callejones que parecen laberintos y que invitan a cualquier desconocido a no pisar esa zona.

Conocer una favela implica hacerlo con un lugareño y darle un pago de 30 reales (174 pesos mexicanos) . Está prohibido tomar fotos a ciertas direcciones. Los propios habitantes reconocen que en esos sitios suele haber traficantes de droga o delincuentes comunes.

Hay que andar con paso firme y confiado para no levantar sospechas de ser ajeno. Entre la favela y la Arena existe un estacionamiento en donde laboran los típicos “viene viene” que por cuidar un automóvil cobran 10 reales (58 pesos mexicanos). Reclaman airadamente el pago. Sus ademanes son agresivos y bruscos. Intimidan, advierten y hacen señas para obtener el dinero.

Enfrente del coso existe un lago con restaurantes un tanto lujosos, cuyas comidas pueden venderse hasta en 400 pesos mexicanos. Sus meseros son atentos, pero en cuanto anochece, el entorno no es muy agradable. En las favelas se prenden los escasos focos y da la impresión de estar cerca de una especie de árbol de Navidad. Los propios lugareños indican que no se debe caminar en las orillas de Fonte Nova, porque el paseo puede llegar a ser en verdad peligroso.

Razón por la que hay dos puestos de mando de la policía militar en los que se portan armas y se muestran alerta en todo momento. Saben que hay visitantes extranjeros y en la máxima justa deportiva de la humanidad, Brasil quiere quedar bien ante los ojos del mundo. Buscan demostrar que son capaces de organizar eventos de élite sin que haya sobresaltos que empañen su imagen.

Los uniformados son rígidos y no dan espacio a mayores consideraciones. Hay una sensación de que el estadio donde juega el Tri Sub-23 es una fortaleza protegida contra las favelas.

En la Arena hay una manta con los aros olímpicos con la leyenda “Un mundo nuevo”. Ese mensaje es visto desde los barrios de pobreza de Brasil. La contradicción es evidente y parece una burla.

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