Madrid. —La poeta uruguaya Ida Vitale recibió ayer el Premio Cervantes 2018 de manos del rey Felipe VI, quien evitó entrar en la polémica generada por el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, quien demandó a España que pidiera perdón por los agravios de la Conquista.

En la ceremonia, el rey se limitó a hablar de la hospitalidad de México a propósito del exilio de la poeta uruguaya en los años 70, tras huir de la dictadura militar de su país.

“Su destino fue México, un país de acogida que a su vez se benefició de la presencia de escritores, intelectuales y artistas, primero españoles, y décadas más tarde de uruguayos y de otras naciones iberoamericanas en dramáticas y dolorosas circunstancias”, recordó el rey en su discurso.

Por su parte, Vitale hizo gala de su desenvoltura al recibir el premio y reconocer sorpresivamente que lo que menos le apetecía era leer el discurso de agradecimiento.

“En realidad en este momento leer algo no me nace, me nacería, no sé, abrazar, decir cosas que serían absurdas por desacomodadas, pero me saldrían del alma”.

Al final de la disertación pronunciada en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, la poeta pidió disculpas por atreverse a hablar de Cervantes en el recinto universitario de la ciudad en la que nació el escritor español. “Yo querría hacerme perdonar la audacia de venir aquí, a este lugar, y meterme a hablar de Cervantes”, dijo tras homenajear al autor de El Quijote, obra de la que no se ha separado desde la adolescencia.

Recordó su infancia y los libros de su abuelo italiano, abogado culto al que no llegó a conocer pero que se llevó a Uruguay sus clásicos como Homero o Dante, que le sirvieron de iniciación a pesar de estar exentos de humor.

“Ya entenderán mi entusiasmo, mi devoción total cuando intimé con aquella pareja española tan tiernamente compatible (...) ese Quijote y ese Sancho que hablaban de otra manera, que acepté de inmediato, como un lenguaje que me integraba a un mundo en el que, sola, me sentía acompañada, capaz de manejarme en él como si fuese el mío propio”.

Vitale reiteró que el premio Cervantes le llega tarde y que realmente la sorprendió. Y de inmediato entró en materia literaria para asegurar que su devoción cervantina carece de misterio, ya que sus lecturas del Quijote, más allá de los programas escolares, fueron libres y tardías.

“Muchas veces lo que llamamos locura del Quijote podría ser visto como irrupción de un frenesí poético, no subrayado como tal por Cervantes, un novelista que tuvo a la poesía por su principal respeto”, remarcó al leer su discurso.

Para la crítica y ensayista, una de las mayores virtudes de Cervantes fue que en vez de rodear a su personaje de magia y hechizos auxiliares, hizo que todos sus tropiezos nacieran de él mismo. “Toda la gracia proviene de que el Quijote haga de las suyas cuando ya no se usan los caballeros andantes. Radica en ello su razón de ser, el más sutil de los méritos de la obra. Nos reclama la inacabable virtud del libro: exigirnos la fidelidad atemporal”.

Vitale obtuvo el máximo galardón de las letras españolas, dotado con 145 mil dólares, en reconocimiento a la trascendencia de su lenguaje.

Según el jurado, su obra se cimenta en “un lenguaje preciso, maleable, cargado de ironías y sutilezas, inteligente y con un fuerte influjo de Juan Ramón Jiménez”, el poeta a quien Vitale considera fuente de inspiración, junto a los también españoles José Bergamín y Rafael Alberti.

Tras recibir el galardón y participar en la ceremonia en Alcalá de Henares, la autora de La luz de esta memoria (1949), Palabra dada (1953), Cada uno en su noche (1960) o Jardín de sílice (1980) se sumó a la lectura continuada de El Quijote.

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