Por delitos contra la nación, el orden y la paz pública, Maximiliano de Habsburgo fue condenado a pasar por las armas el 19 de junio de 1867, y la madrugada de ese mismo día dedicó unos minutos a escribir una carta a Benito Juárez.

“Próximo a recibir la muerte a consecuencia de haber querido hacer la prueba de si nuevas instituciones políticas lograban poner término a la sangrienta guerra civil que ha destrozado desde hace  años  este desgraciado país, perderé con gusto mi vida, si su sacrificio puede contribuir a la paz y prosperidad de mi nueva patria”, dice un fragmento de la misiva firmada ese 19 de junio de 1867, antes de partir al Cerro de las Campanas, donde fue fusilado junto a los generales Miguel Miramón y Tomás Mejía.

Luego de haber sido encarcelado en el Convento de la Santa Cruz (sitio que meses antes había tomado como cuartel general), llegó al templo de Teresitas, su tercera y última celda fue el ex convento de Capuchinas, hoy Museo de la Restauración de la República, ahí pasó 27 días.

En 2014, los historiadores Guadalupe Jiménez Codinach y Andrés Calderón ambientaron la que fue la última prisión del emperador; uno de los objetos que resaltan en ese sitio de Capuchinas es “una corona de espinas colgada con un clavo”, cuando Maximiliano entró a la celda lo primero que  vio  fue la cruz y “le dijo a su doctor: Si logro irme a Europa, yo me la llevo conmigo, como recuerdo”, platicó Jiménez Codinach en el 2014. El emperador  solicitó a su confesor  el libro La imitación de Cristo,  de Thomas Kempis, ese es otro elemento de la ambientación de la celda; leer o jugar al domino fueron su entretenimiento en ese periodo.

El miércoles 19 de junio de 1867, a las cuatro de la mañana, llegaron los confesores a las celdas de Capuchinas, Maximiliano pasó una hora con el canónigo Manuel Soria y Breña.

A las seis menos cuatro, Maximiliano tomó su último desayuno: café, pollo, pan y media botella de vino tinto, se lee en el libro Querétaro: Fin del Segundo Imperio Mexicano de Konrad Ratz.

Después fue trasladado al Cerro de las Campanas y a las siete y diez minutos de la mañana, fueron pasados por las armas Maximiliano de Habsburgo, Miguel Miramón y Tomás Mejía.

Sus últimas palabras fueron: “Perdono a todos y pido a todos que me perdonen y que mi sangre, que está a punto de ser vertida, se derrame para el bien de este país; voy a morir por una causa justa, la de la independencia y libertad de México. ¡Que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria! ¡Viva México!”. Ya en el suelo, con los impactos de bala en su cuerpo, alcanzó a pronunciar: “¡Hombre, hombre!”, recordó Carlos de Habsburgo-Lorena, sobrino tataranieto del emperador.

En el lugar donde fue fusilado Maximiliano, el Cerro de las Campanas, se levantó una capilla que al paso de los  años se ha vuelvo un sitio turístico importante en Querétaro.

“El triunfo republicano y el fusilamiento de Tomás Mejía, Miguel Miramón y Fernando Maximiliano de Habsburgo en Querétaro, hizo que tanto el país como Querétaro aparecieran en el mapa mundial, ya que antes de eso difícilmente los habitantes de las naciones del mundo identificaban a nuestro país, creyendo algunos que México estaba enclavado en el continente africano”, dice Andrés Garrido del Toral en la Guía Histórica del Sitio de Querétaro, libro publicado en junio de 2017, a  150 años  del triunfo de la República y la caída del Segundo Imperio.

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