Niños y jóvenes de la comunidad de Agua Zarca, de Landa de Matamoros presentaron la obra El pez que aprendió a volar, en el teatro al aire libre del Centro de las Artes de Querétaro (CEART).

Con una escenografía sencilla, elementos básicos como ramas, sillas, globos y cubetas, 18 pequeños actores utilizaron esta sencilla parafernalia para generar ruido y trasladar al público a momentos específicos de la aventura del personaje principal: Mario.

La obra gira en torno a un joven que sueña con cruzar a Estados Unidos para tener una mejor vida, tal como sucede con la mayoría de los varones en Agua Zarca.

En el camino, el personaje enfrenta una serie de dificultades comunes para los llamados “mojados”, cada paso en el desierto es un paso más cerca de su muerte; algunos de ellos logran llegar al sueño americano, mientras que otros se pierden en el camino.

Al final el mensaje es claro, “mi hermano se fue hace seis años”, “yo no sé qué pasó con mi amigo”, son frases escritas en las playeras de dos de los personajes que continúan con normalidad sus vidas.

El guión se basa en testimonios reales de los pobladores de esta comunidad. “Los diálogos son cosas que pasaron, el papá de Junior nos contó cómo tuvieron que pasar por el desierto, que tenían que estar todos apretados en una camioneta y que incluso orinaban en botellas, son historias que a lo mejor nosotros como niños y adolescentes no hemos vivido, pero nos afecta porque es nuestra familia”, dijo Lilia Zavala de 17 años, una de las más grandes del grupo.

“Este problema afecta mucho, casi toda mi familia se ha mantenido de las remesas estadounidenses que salen de mi papá y de mis abuelos. Nos hace falta tener a la familia cerca, es difícil estar sin ellos, además esto nos hace dependientes de otro país”, expresó Junior Andablo, actor.

En ocasiones la falta de oportunidades truncan los sueños de los habitantes, y al carecer de servicios básicos como luz y agua, las familias buscan calidad de vida de otra manera. “En la obra hablamos de los sueños, creo que tener el límite económico por no tener trabajo es cortarte las alas de alguna forma”, comentó Lilia.

Por su parte, Miguel Loyola, director y profesor de los niños, asegura que El pez que aprendió a volar es un montaje que invita a la reflexión, sin calificar los hechos como algo positivo o negativo.

“No hay un planteamiento moral sobre si es bueno o malo lo que está sucediendo, simplemente es. El pueblo tiene aproximadamente dos mil habitantes, en un lugar tan pequeño la gente tiene la libertad de que los niños llegan solos a la Casa de la Cultura, gozan de la autonomía de que la clase de teatro es un acto de libertad”, puntualizó.

Un gran esfuerzo.

El pez que aprendió a volar es la cuarta obra presentada por los niños de la Sierra y se logró gracias a la visión y el esfuerzo de Miguel Loyola, director y profesor de los niños, quien llegó a Agua Zarca en Landa de Matamoros, hace siete años, con la idea de llevar el teatro a una de las comunidades más alejadas de la ciudad, justo en los límites de Hidalgo y San Luis Potosí.

El resultado ha sido la generación de un espacio escénico como área de aprendizaje, en la que Loyola pretende transformar la filosofía en un juego, es decir, que a pesar de tratar situaciones fuertes en la sociedad, los niños puedan divertirse.

Esta obra ha logrado salir de Agua Zarca gracias al apoyo de la Secretaría de Cultura del Estado, ya que la institución solventa los gastos del taller, así como de los viajes a otras comunidades y municipios, absorbiendo el costo de hospedaje y alimento de los artistas.

Sin embargo, la travesía no es fácil, ya que durante la semana los niños se dedican a estudiar, realizar sus tareas y a tomar dos horas diarias de teatro. Cada 15 días, aproximadamente, suelen salir a de su comunidad acompañados del profesor y seis padres de familia.

“Es difícil llegar hasta acá, hoy por ejemplo hicimos seis horas de camino y primero no teníamos transporte, después solo llegó uno y no cabíamos todos. Llegamos cansados y sólo pudimos recostarnos cinco minutos antes de venir al teatro. Aunque son cosas que decimos que valen la pena”, comentó Kenia Ramírez de nueve años, la menor del grupo.

Este equipo teatral es el reflejo de una comunidad que se ha dejado un tanto en el olvido debido a la lejanía con la capital. La “problemática” para ellos es un estilo de vida, en su mayoría, generaciones desde los bisabuelos nacieron en la comunidad y desde entonces migran, e incluso alguno de estos pequeños podría ser el próximo en emprender el viaje.

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