Escritor, poeta y ensayista son los adjetivos con los que se describe a Eusebio Ruvalcaba Castillo en textos biográficos o las notas sobre su deceso, acaecido el pasado martes por la noche. Quienes lo conocieron, saben que esos adjetivos sólo fueron parte de su oficio que tanto amó, las letras. Sin duda, más allá del escritor había un hombre, sencillo y humilde, que mereció otro tipo de descripciones, mucho más precisas para retratar su trascendencia en el mundo terrenal.

Eusebio, el amigo, el bohemio, amante de la música (sobre todo la clásica), de las mujeres, de los placeres mundanos. El humilde, el lector, el maestro. Eusebio, que brindaba con vino tinto o whisky, que hizo novelas, cuentos, ensayos, aforismos, crónicas, poemas, dramaturgia. Las letras fueron sus mejores amigas, sus confidentes, sus amantes, que lo seducían con fuerza para no parar de escribir durante horas. Para no parar de crear, porque a través de la creación, vivía.

El tiempo de Eusebio se agotó. 65 años fueron suficientes para dejar un importante legado. Más allá de los reconocimientos que obtuvo durante su trayectoria literaria, no se cansó de coleccionar amistades y anécdotas, mismas que ahora son evocadas por quienes disfrutaron sus textos, por quienes compartieron una copa y su compañía o alguno de los talleres que ofrecía en el café Katsina en el centro de Tlalpan, en la Ciudad de México o en otro lado. De cualquier forma, Eusebio trascendió, y por esta razón se reúnen las palabras de escritores que enaltecen la persona y la obra del maestro, el amigo, el escritor Eusebio Ruvalcaba.

Arturo J. Flores (periodista, escritor y editor de Playboy México).

Él me marcó muchísimo, no era tan poético ni tan complicado en su fraseo, era muy sencillo pero contundente, las frases se quedaban en tu cabeza y cuando escribía ensayos o aforismos, era muy simpático; como muchos de mi generación recuerdo haberlo leído en La Mosca, en la columna que se llamaba ‘Un hilito de sangre’ y escribía de cosas que no tendrían por qué interesarnos a los adolescentes y sin embargo todo mundo se acuerda que lo leía ahí, por lo que una vez le pregunté a qué lo achacaba, porque esas historias que no tenían nada que ver a un adolescente, le pegaban tanto a la juventud.

Me respondió que no sabía, pero se imaginaba que quizás todos los adolescentes teníamos ganas de que alguien nos dijera como era la vida de verdad, que era dura, amarga, dolorosa. A pesar de que era un tipo muy alegre y muy sibarita, cuando escribía, te daba a entender que sobrevivir cada día, poderte irte a dormir después de enfrentarte a la vida, era todo un logro.

Como amigo es más complicado describirlo. Un ser humano de los que vulgarmente dicen, ‘lo hicieron y rompieron el molde’. Durante el tiempo que conviví con él nunca lo vi enojado, que levantara la voz, insultar a nadie ni pelearse con nadie, era la persona más amable, tranquila y afable que pudieras conocer y además era, súper generoso con sus alumnos.

Era un maestro en el amplio sentido de la palabra, de enseñar y transmitir la pasión por la escritura, la lectura y la música. Eusebio trascendió y dejó una obra muy vasta y quienes ya la leímos toda quisiéramos que hubiera más, pero quienes no se han acercado a su obra es el momento, la única justicia para alguien como él es que se empiecen a agotar sus libros.

José Luis Martínez (director de Laberinto, suplemento cultural de Milenio).

Como escritor es uno de nuestros últimos polígrafos, porque en serio incursionó en el periodismo, el ensayo, el cuento, la dramaturgia, la poesía y él decía que no hay límites para un escritor, que finalmente es cuestión de decidirse para abordar los diferentes géneros.

Tuve la oportunidad de presentar algunos de sus libros, me dedicó algunos textos, presenté el Frágil latido del corazón de un hombre por ejemplo, y otro libro que me gusta mucho, Una cerveza de nombre derrota, y a través de su lectura uno puede darse cuenta de esa enorme distancia que hay entre la imagen pública de un escritor que supuestamente siempre estaba en el reventón con la disciplina enorme que tenía.

Sus textos son impecablemente escritos, la mayoría eruditos, con una gran sensibilidad y sencillez que no es fácil lograr sin un enorme esfuerzo, y creo que tanto en el campo de la literatura como en el terreno de la amistad, su ausencia se va a sentir, es notable.

Eusebio Ruvalcaba tuvo la enorme y envidiable virtud, de seducir a las nuevas generaciones no siendo un hombre joven, tenía 65 años y era seguido e idolatrado; un escritor de culto para los jóvenes, eso no es algo menor. Pero quienes somos sus contemporáneos lo leíamos no solamente por sus provocaciones en los temas que abordaba, sino por la enorme calidad de su escritura, un hombre con un gran sentimiento, una gran sensibilidad.

David Cortés Arce (escritor y periodista musical).

El hecho que no lo conociera personalmente no me impide reconocer que es una pérdida importante, tal vez más importante de lo que podrá parecer en un momento, porque en un país en que la cultura se tiende a ver como algo elitista, superior, en lo que no se considera lo popular, a mí me parece que la labor que tuvo Eusebio, siempre fue, aunque a él no le gustara la palabra, contracultural.

En ese sentido, vamos a extrañar su humor, esa mirada que tenía para ver las cosas, la óptica con la que se acercaba a diferentes cuestiones que le interesaban, fuera periodísticamente en sus novelas, en sus ensayos o en su poesía, ahí es donde menos llegué a leer cosas de él.

Lo que me llamó la atención primero fue su novela Un hilito de sangre, y después empecé a tomarlo más en cuenta con las colaboraciones que hacía para La Mosca. En realidad a mí me gustaba leer mucho lo que escribía de música, porque no es lo que yo manejo es un acercamiento bastante interesante el que hacía de la música de concierto, tema en el que se especializaba, y en ese sentido, es una mirada importante pues es un representante de lo que considero cultura popular, lo curioso es que escribía de música de concierto pero nunca de una manera acartonada ni tan solemne y me gustaba porque denotaba en sus textos que había mucha pasión, conocimiento y amor a esa música.

Miguel Ángel Quemain (periodista cultural).

Me parece que el legado de Eusebio está en una imaginación sobre las posibilidades de su presente localizado a finales de los años 90 y que lo perfiló como uno delos escritores más audaces en cuanto a la perspectiva que le dio al mundo iniciático de la adolescencia.

La sexualidad, el sadismo, el narcisismo, el egoísmo y el individualismo, la arrogancia y la creciente desvalorización de los humanismos, la lucha de poder entre los sexos, la caída de los dioses colectivos y la dificultad para que emergieran dioses personales que difícilmente aparecen en medio de esa orfandad ochentera que definió y perfiló a los jóvenes de los años noventa, hijos de los vacíos ochenteros que se espantaron con el SIDA, la caída del muro y la irrupción de los movimientos homosexuales y que día a día se volvieron más estúpidos y que hoy son los sexagenarios sin chamba, sin ahorros o están en el extremo contrario.

Ese es el mundo que radiografío Eusebio Ruvalcaba digno sucedáneo de Sainz, José Agustín, Parménides García Saldaña y la cauda de imaginadores que le dieron un nuevo idioma a los jóvenes de su tiempo.  Sobrevive su blog, ojalá y no salga de línea porque ahí, toda una idea de la literatura y la música se entrelazan con inteligencia y amor.

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