Me gusta tener una ubicación específica de las personas cuando las pienso. Un espacio que corresponde a un cuerpo. Nuestra imagen está limitada por nuestra corporeidad. Cada persona que conozco y vive tiene una ubicación. 
Ignacio Padilla andaba por todos lados: vivía en Querétaro, pero daba clases en la ciudad de México. Además, en algún momento tenía que escapar a Guadalajara para organizar el encuentro anual de cuento en la Feria del Libro, y otras tantas actividades académicas, en varios estados y en otros países. Pero en mi mente, desde que tuve el gusto de conocerlo, Padilla ya tenía asegurada una localización a mediados de febrero, en el Festival Internacional de Escritores y Literatura en San Miguel de Allende. 
El Festival destaca al autor y sus ideas, creando un espacio idóneo para compartir con otros escritores. Y así tuve la suerte de escuchar a Padilla, el físico cuéntico. Sin la parsimonia académica, Padilla daba claves estructurales e impresiones personales del cuento y el género fantástico. En los momentos dedicados a Cervantes hablaba del Quijote como quien habla de un amigo incomprendido, pero que uno quiere. 
Nosotros escuchamos atentos. Seguros de que cuando Padilla hablaba de literatura, también estaba dando una lección de vida. Porque quien enseña a escribir también enseña a vivir. 
La generosidad de Ignacio Padilla borbotea en su trabajo. Basta que el lector escriba su nombre en el buscador de Youtube para disfrutar varias horas de entrevistas y clases. Sabemos que su erudición nunca significó una barrera, porque compartía por igual con sus compañeros de generación como con jóvenes admiradores de su trabajo. 
Ignacio Padilla apoyó el desarrollo de nuevos espacios para construir nuestra literatura. Le interesaba que todos reflexionáramos en nuestras historias y cómo trasladarlas al papel, con la delicadeza que solo un físico cuéntico puede tener al intentar (d)escribir el Big Bang. 
En el 2016, Ignacio Padilla dejó los límites corpóreos y se convirtió en un ejemplo. Hay constancia de su trabajo en diferentes formatos: audio, video y texto. Y al final: TODO CUENTA. Lo ideal es que tomemos nota y aprendamos de él. Que discutamos sus textos como él discutió las ideas de los demás y aprendamos a vivir/escribir con la misma dedicación. 
Quizá ya no tengamos una ubicación específica para él. Y nos hará falta su grata presencia en el siguiente festival, pero lo más importante es que su labor literaria continúa gracias a sus libros y lecciones. Pensar en Ignacio Padilla ahora es pensar en sus libros y sus ideas esperándonos pacientemente en el librero, esperando desatar la siguiente explosión. 
El físico cuéntico se ha convertido en una partícula virtual que nos acompañará siempre que sigamos pensando en nuestras nuevas y renovadas historias.

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