Los zombis son aquellos entes salidos de la cultura haitíana que han sido privados de su alma, por lo que deambulan torpes por las calles, obedeciendo ciegamente los deseos de sus creadores. Según el vudú también pueden existir almas sin cuerpo que se venden en vasijas con el fin de protección. Actualmente, estos personajes aparecen con mayor frecuencia tanto en películas de dudosa factura como en series de televisión. Pero donde podemos palpar más a fondo la naturaleza de estos seres es en el entorno político, donde se manifiestan estruendosamente en mítines, plantones, marchas, entronizaciones de líderes y candidatos, así como en los múltiples informes anuales de todo tipo de autoridades.

Como sucede con sus pares cinematográficos, los zombis políticos se reproducen por contagio después de la mordedura voraz de un corruptor que les contagia el veneno de la codicia y la megalomanía, lo que destruye su conciencia. Desde ese momento, la víctima, por lo general alguien que antes apenas sacaba dinero suficiente para subsistir, sueña con vivir en la gloria, haciendo “negocitos” con el poderoso o viviendo sin trabajar con grandes beneficios gracias a la protección de su creador.

Por supuesto, el costo económico de este ejercito zombiano es alto. Las prebendas sindicales son sólo un ejemplo de ello, lo mismo que el acarreo de huestes enardecidas que cantaran loas al líder o a quien pronuncie un discurso, por demás, plano e indescifrable. Tan sólo sumen lo erogado en transporte, camisetas, gorras, refrigerios, más las propinitas por el “apoyo espontáneo”. Tampoco olvidemos la variedad zombiana más agresiva, aquella que ocasiona daños cuantiosos al lesionar gravemente las economías de los estados al impedir el tránsito tanto de personas como de mercancías; que vandaliza y destruye centros de trabajo y unidades de producción en aras de obedecer ciegamente a sus corruptores. Simplemente obedecen, acabando con todo a su alrededor, incluso sus propias familias, cual si fueran plagas egipcias.

Para las administraciones el gasto es terrible pues se ven en la obligación de pagar no sólo a los aprendices de brujos, sino dar trabajo a sus numerosas familias y amistades: estén capacitados o no para dichos puestos.

Indudablemente, es mucho más rentable huir de esa esclavitud oprobiosa, asumiendo la responsabilidad absoluta por sus actos, iniciando una vida laboral independiente, que seguir siendo aval eterno de quien ejerce actos oprobiosos. Pero muchos aún piensan que vivir fuera del presupuesto es vivir en el error, por lo que prefieren la esclavitud a la libertad, digna y responsable.

Como podrás imaginar amigo lector, los hacedores de zombis no tienen partido; sólo intereses. Se conocen, son socios y saben bien cuándo y en qué transar .

Mientras, en algún lugar elegante y lejos de la sordidez de la vida del común de los mortales, el hechicero supremo está tomando una decisión importante: necesita escoger a su sucesor, quien debe garantizarle impunidad absoluta y el disfrute de todas las canonjías y riqueza acumulada. El elegido debe ser de su estirpe y costumbres, por lo que hace un análisis de las fortalezas y debilidades de los personajes de su ejército que se encuentra menguado, medita un momento, le da un sorbo a su copa y decide: el próximo gran hechicero será azul.

Ese si es sangre de su sangre, conociéndole, sólo él le dará paz.

Analista política. anargve@yahoo.com.mx

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