Desde los ventanales se miraba arriba la luna redonda y la ciudad abajo –un manto de chaquiras iluminadas. El salón había visto cruzar cada sexenio a los hombres fuertes de la política y había albergado en sus salones privados las conversaciones donde se acordaron los grandes cambios –o se desacordaron y nacieron las grandes disputas nacionales.

Este sexenio la gran novedad eran las mujeres. La mitad exacta de los habituales de aquel pent-house situado cerca del Palacio Nacional y del Congreso eran las mujeres fuertes de la política y el aire estaba cambiado. Olía este sexenio a perfumes. Yeidckol cruzó el salón vestida en un traje sastre y fue conducida por el capitán al apartado donde la esperaba Tatiana, en una camisa roja y pantalones vaqueros.

Algunos minutos de cordialidades y estaban en el dilema, dos vasos de whisky y hielos al centro de la mesa redonda que las separaba.

—Jaime Bonilla debe renunciar a la gubernatura y deben llamarse a nuevas elecciones –dijo Tatiana.

—Jaime va a quedarse en la gubernatura por 5 años –replicó Yeidckol.

Jaime Bonilla había ganado las elecciones de Baja California para gobernarla por 2 años y eso gracias a la ola de simpatías por Morena que recorrió al país, no por mérito propio. Pero ya ganador, había comprado a billetazos a 21 de los 25 diputados del Congreso local para que le ampliaran el periodo a 5 años.

—Así nos ahorramos otras elecciones –le cerró un ojo Yeidckol a la senadora. –Además, revisé cien boletas de voto y te juro que en ninguna aparece escrito 2 años. Además, la secretaria de Gobernación ya dijo que es anti-constitucional, pero no le “aunque”, por esta vez podemos violar la Constitución. Además, Martí Batres, el jefe de Morena en el Senado, ayer estrenó su intelecto privilegiado en el arte de decir mil cosas para no decir nada y al final dijo que él jala conmigo. Y además, Tatiana, escúchame con cuidado: ya sucedió: es un hecho: Jaime se queda 5 años. Y eso por una sola razón de fondo: porque podemos hacerlo.

—Podemos, pero no debemos –respondió Tatiana. –Actuar así, atropellándolo todo, solo porque podemos, sería el regreso del PRI al siglo 21 bajo el nombre de Morena.

Ahí estaban las dos aspiraciones de Morena sentadas frente a frente, tomando cada cual un sorbo de whisky. La Morena tentada a usar su poder para volverse por un siglo una dictadura de partido, vestida en los ropajes de una democracia. La Morena tentada a ser el vagón de máquinas que llevara al resto del tren del país a la Democracia plena por un siglo.

Afuera de ese apartado, cientos de miles de funcionarios de Morena esperaban el resultado de esa plática dispersos en sus hogares. Qué diablos opinaban ellos daba igual. Como en la mayor parte de las organizaciones políticas, los acólitos seguirían la ruta que los líderes les marcaran.

—Yo lo que sé –dijo Tatiana, molesta, y bajó su whisky a la mesa—es que nuestro compromiso de campaña fue No mentir, no robar, no engañar al pueblo. ¿Cuántas veces lo repetimos en mítines y debates? Al menos tres veces cada día.

—Ah sí –asintió Yeidckol. –Un slogan padrísimo. –Dio otro sorbo al whisky. —Pero ya sirvió su propósito. Nos llevó al Poder.

—Y ahora ya podemos mentir, robar y engañar al pueblo –ironizó Tatiana.

En efecto, la mitad de los funcionarios de Morena esperaban en sus hogares que de esa reunión saliera el pitido de arranque para poder robar, mentir y engañar a placer –mientras la otra mitad esperaba el pitido para empezar a delatar a los que ya mentían, robaban y engañaban.

—En política el idealismo estorba –dijo Yeidckol. Y torció el gesto. La mera palabra “idealismo” la irritaba. –La política es la guerra con otras reglas.

—Sin idealismo la política es la profesión más abyecta –respondió Tatiana.–¿Para qué ganamos?, ¿para convertirnos en los que odiábamos?

—No seas ingenua, Tatiana –dijo Yeidckol.

—No seas ingenua tú, Yeidckol –dijo Tatiana. —Los ciudadanos del siglo 21 no son los del siglo 20. Nos repudiarán en cuanto crean que los hemos traicionado y el sueño de cambiar al país habrá durado quince meses.

Luego de un silencio, Tatiana murmuró, despacio, con énfasis:

—Jaime Bonilla va a renunciar. Y vamos a llamar a nuevas elecciones, donde arrasará Morena, porque estaremos mostrando que sí somos el cambio.

—Ja, ja —dijo Yeidckol—, solo en tus sueños.

Fuera del apartado, en la oscuridad del salón grande rodeado de las chaquiras de la ciudad anochecida, un jovencito pálido y enjuto fumaba y aguzaba el oído para seguir alcanzando las palabras de las dos políticas. En 20 años sería el presidente de México. ¿Sería un demócrata o sería un priista bajo un nuevo logo? En la conversación de Tatiana y Yeidckol se jugaba su porvenir –y el de la Patria.

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