Deténgase. Antes de leer estas líneas es deber de este reportero advertirle que está usted a punto de pasar a “el lado oscuro” del lenguaje. Que podría leer palabras que puede lastimar susceptibilidades y penetrar al umbral de “lo prohibido”, como cantaba ese payaso de nariz roja convertido en cantante, Víctor Iturbe “Pirulí”. Ante usted habrá frases que han sido son tachadas injustamente de buenas o malas en la historia de la humanidad y pueden ofender el buen gusto. De lo contrario, si usted, fino lector, está dispuesto dar el mal paso, a allá usted y sea bienvenido. La palabra del día de hoy es “vale madres” y usted se preguntará que por qué tanta violencia lingüística. La culpa la tiene el 10 de mayo, el día de la mamá. La víspera de la conmemoración, este humilde columnista pensó en escribir cosas como: “madre sólo hay una…”, y rematar la columna con aquello de “mamá soy Paquito y no hago travesuras”. También saqué del baúl, para la ocasión, los poemas de la primaria, aquellos donde dice “A mi madre, madrecita querida, madrecita adorada…”. Recordé los platos de vidrio y tazas envueltos de celofán y un moño rojo que siempre regalaba a mi progenitora, creyendo ingenuamente que la hacía feliz, sin darme cuenta que lo único que hacía era darme más trastes para lavar. Vinieron a la mente las borracheras con sus amigos para festejar a la “madrecita”, y a mi madre atendiendo a los invitados hasta las horas pico de la noche, sirviendo pozole a diestra si siniestra y levantando colillas de cigarro de gente que nadie invitó. Cómo olvidar las mañanitas que se organizaban con los cuates, desvelados y desafinados, como gatos de azotea, peregrinando por las calles, de madrugada y haciendo bromas insulsas a costillas de los demás: “La mamá del Chanclas no sale porque no tiene madre”, y cosas por el estilo. Podría describir las penalidades en las peregrinaciones, a los pies de la “Lupita” en la Basílica de Guadalupe, virgen-madre del mexicano. Puedo, incluso, hacer una diatriba sobre lo importante que es la madre para el mexicano y dármelas de sabiondo y citar las palabras del primer poeta que escribió sobre la maternidad ancestral, Octavio Paz. Ya se ha escrito mucho sobre el tema y es bien sabido que para el mexicano no existe algo pero que ofender la progenitora, con un “mejor miéntamela”. Se sabe, también, que la maternidad y el futbol hermanan. Bendita obviedad. No se asombre si algún faltoso llegue a la oficina repartiendo abrazos y llamando a todos de “mi hermano”, “mis hermanos”, como para aclarar que se comparte el trabajo, la amistad y la madre. Pero si la madre es todo para el mexicano, porque entonces frase como “vale madres”, de la raíz griega “vales poco o vales nada”. Es verdad que no es lo mismo decir ¡Vales madre!, del verbo me importas poco, que ¡Vale madres!, del tipo ya me hartaste. Tampoco es igual decir ¡valió madre!, del verbo se descompuso o falló o ya nos cacharon, que un ¡Valió madres!, del tipo “hasta aquí llegaste”. No hay cosas más hiriente que la falta de maternidad: “No tienes madre”, pero nada hay cosa peor en el mundo cuando la madre nos desmadra: “Tú ya no tiene madre, vete de la casa…”. De telenovela. La maternidad expresa gusto o satisfacción: “¡De poca madre!”; o extrañamiento sobre una mala conducta: “No tienes madre”. Es sabido que las palabras dicen más de lo que aparenta y que la diferencia radica en la entonación de la voz, la postra del hablante o la situación del oyente. Sin embargo, en materia de decires y de sentires, no hay como las referencias maternas y en asunto de mentadas, los mexicanos somos potencia mundial. Por último y sólo para no dejar: recuerde que no es lo mismo decir "A la madre", como una forma de dedicatoria, que decir "¡A la madre!" como una forma de despedida. Y con esto me despido. FIN.

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