Cuando faltan prácticamente 60 días para las elecciones presidenciales cabe la pregunta: ¿Qué hace a los mexicanos interesarse en ir a las urnas el próximo 1 de julio? Diría que auténticamente es la esperanza de un mejor México. La gran mayoría de los electores, fuera del círculo rojo, no se ven como beneficiados directos, ya sea que vayan a tener una chamba en el sector público o ser concesionarios o contratistas del gobierno; por lo mismo ése no es su incentivo.
Por los tiempos que vivimos, los mexicanos queremos un país en paz, donde impere la ley y no el crimen, donde los ejecutados sean la excepción y no la nota cotidiana. Sin embargo, poco se ha analizado sobre las propuestas de seguridad que los candidatos presidenciales hicieron en el primer debate, habiendo más interés por el ganador que por el proyecto, corriendo el riesgo de continuar igual o peor, si eso fuera posible y soportable en la gran mayoría de los estados del país
Quizá a algunos escapó de momento que al tiempo que se realizaba el primer debate presidencial en prime time televisivo tres estudiantes de cinematografía estaban desaparecidos en Jalisco; días más tarde se sabría la aterradora historia de su muerte, el cómo y el por qué sin sentido. No puedo obviar este paralelismo, ya que los principales temas del debate fueron Seguridad Pública y Violencia, Combate a la Corrupción e Impunidad, cuyo fin es la prioridad de los mexicanos.
Todo un duelo de estrategias o de ausencia de ellas entre los candidatos fue la dinámica del encuentro de estos políticos, donde lo fundamental era ganar algo o no perder mucho en las preferencias. Aún antes de terminar el debate, la guerra se desató en las redes por ganar en el ciberespacio, operación que en buena medida corrió a cargo de los equipos de campaña para consolidar la percepción de ganadores y perdedores, inercia a la que se sumaron a partir de las diez de la noche diversos analistas y representantes de los candidatos que asistieron a las mesas postdebate en televisión y radio para determinar lo mismo: ¿quién había ganado y quién había perdido? Ésta sería entonces la prioridad política que poco dice a los ciudadanos que buscan respuestas al tema de cómo terminar con la inseguridad.
Muy brevemente se abordó el análisis de qué propuesta, de las hechas por los candidatos presidenciales, hacía sentido, aunque en general podrían calificarse de lugares comunes, fantasiosas y de refrito, similares a las políticas presentadas en el 2012 que sin duda fracasaron y que hacen que lamentablemente vuelva a ser el tema central de la discusión nacional seis años después, y decenas de miles de ejecutados más, entre criminales, policías, fuerzas armadas, funcionarios públicos, periodistas y ciudadanos comunes y corrientes, además de las altísimas incidencias de secuestros, violaciones, extorsiones y robo con violencia que están desatados a lo largo de todo el territorio nacional.
Muchas preguntas y pocas respuestas en el debate, en los postdebates y en las mesas de discusión de ese evento político tan esperado. ¿Por qué no se analizó de fondo y con seriedad en los postdebates la propuesta en materia de seguridad? ¿Por qué todo giró en torno a las estrategias políticas, a los departamentos que se jugaron en una apuesta, a los revires que nada tuvieron que ver con las soluciones? Cierto es que mucho se habló de lo que no funciona, de quién lo ha hecho peor, pero cuál de las alternativas hace más sentido para que gradualmente este país pueda volver a la calma y terminar con las pesadillas que despiertas viven miles de familias en México. En eso nadie ganó, nadie ve la luz al final del túnel, nadie está convencido de que hay un camino más claro o más efectivo para terminar con algo que para muchos sigue siendo una incógnita: cómo llegamos a este punto.
Entre la expectativa del crecimiento económico como factor determinante para acabar con la inseguridad, el FBI mexicano, mochar manos a delincuentes, regresar a la estrategia anterior, la trillada propuesta de fortalecer a las policías estatales y centralizar ahí el mando único, la amnistía o el rechazo a la misma, parece haber más buenas intenciones que casos probados de éxito que realmente puedan replicarse. Muchos se preguntan quién ganó el debate, pero nadie parece haberse preguntado qué ganó México: quizá sólo una historia más de terror para este país que necesita propuestas serias.