Desde la noche del domingo hemos escuchado a los liderazgos de los partidos  regodearse por sus triunfos, minimizar los fracasos y afirmar que “los otros” están derrotados o, al menos, en declive. Estas declaraciones dejan claro lo alejados que están de la ciudadanía.

De acuerdo con los teóricos de la democracia siempre existe una distancia entre la definición del “deber ser”, esto es, los ideales normativos y la definición de lo que sucede en la realidad; se le llama deontología de la democracia. Por supuesto que es muy difícil determinar con precisión cuál es la distancia entre lo que la democracia “debiera ser” y lo que “es en realidad”, debido a que, tanto lo que quisiéramos que sea como las valoraciones sobre lo que realmente es, pueden tener un amplio espacio de subjetividad.

En un ejercicio simplificador y con el objeto de tener un parámetro cuantitativo se podría suponer que en un país en el que la participación es obligatoria —a pesar de no existir sanción por no votar— la distancia entre la democracia electoral en su acepción del deber ser y la real se podría medir por la participación ciudadana en las elecciones. Desde esa perspectiva se puede decir que en la medida en que la participación se acerca al 100% la distancia entre la democracia del deber ser y la democracia del ser es menor mientras que, por el contrario, si la participación se aleja del 100% entonces la democracia de la realidad está más lejos de la democracia ideal.

En las seis elecciones de gubernatura que se realizaron el domingo pasado —Aguascalientes, Durango, Hidalgo, Oaxaca, Quintana Roo y Tamaulipas— hubo una participación promedio del 45.8%. La participación más baja se dio en Oaxaca con un 38% mientras que la más alta la registró Tamaulipas, donde acudió a las urnas el 53.3% de la lista nominal. Llama la atención que en procesos electorales para elegir a la persona titular de la gubernatura el promedio de participación baje del 50%; históricamente ha sido superior a ese porcentaje.

En 2010, el promedio de participación de estas seis entidades fue de 55.05% mientras que hace seis años, en 2016, la participación promedio ascendió a 56.26% Esto implica que, en esos estados, el promedio de participación en las últimas dos elecciones de gubernatura fue de 55.65%; en este proceso electoral la participación bajó 9.82%.

Nuestra democracia real, en esas seis entidades, se aleja casi 10 puntos porcentuales de sus resultados más recientes y, más aún, de la noción de democracia ideal. Este es un problema del partido que ganó y de los que perdieron y una lección importante para la elección de 2024: sin importar los discursos, los intereses y las agendas de los partidos y sus dirigencias, la ciudadanía se está alejando de las urnas y eso debilita claramente nuestra democracia.

Hay muchos temas que discutir y muchos problemas que resolver, pero pareciera que los partidos están ensimismados esperando que las y los ciudadanos que padecen sus decisiones de manera cotidiana sigan depositando su confianza en ellos. No hay espacio para la autocrítica. Mientras no haya un proyecto sólido, la consigna de votar a favor de unos o en contra de otros, no acercará al electorado. Desde un bando se anuncia que por fin se acabaron los fraudes y llegó la democracia; desde el otro, que la democracia está en riesgo. Lo único cierto es que la ciudadanía se aleja y los partidos no parecen haberse percatado de ello.

Twitter: @maeggleton

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