Hablaré del clima, un tema muy importante, pero más tranquilo que el de Gaza que me valió, como siempre, ser picado por los gallos y aborrecido por las gallinas. Desde el mes de abril la Organización Meteorológica Mundial nos anunciaba para el segundo semestre calores, sequías, inundaciones y el posible regreso de El Niño, después de cuatro años de ausencia. Ese enfant terrible del Pacífico, célebre y temido, tiene una periodicidad de tres a siete años y se manifiesta por un serio calentamiento de las aguas superficiales del Pacífico ecuatorial. Los pescadores de Perú y Ecuador lo bautizaron así porque alcanza su paroxismo en Navidad. La previsión nunca es fácil, pero hace poco los expertos han bajado a 65% la posibilidad de tener un Niño en el hemisferio norte durante el verano, el otoño y principio del invierno. ¿Nuestra prematura y muy lluviosa temporada estará ligada a su llegada, con un máximo entre agosto y octubre?

Cuando se manifiesta, toda la circulación atmosférica cambia y por lo tanto las precipitaciones y las temperaturas: en Australia y Asia del Sur reina la sequía; en toda la costa pacífica de América del Sur, lluvia y calor crecen y les hacen la vida difícil a los pescadores porque la acumulación de agua caliente en el mar tiene efectos negativos sobre la existencia de sardinas y anchoas. Una ventaja para nosotros es que El Niño disminuye la cantidad de ciclones en nuestro Atlántico. Puede traer fuertes lluvias en el noroeste de México y en el oeste de Estados Unidos. La California estadounidense que está sufriendo su peor sequía histórica desde el siglo XVI espera a El Niño con ansia, pero se hace del rogar y no resulta siempre en lluvias sobre la cálida Fornax.

Hace más de dos mil años, el salmista cantaba: “Señor, tu cuidas de la tierra, la riegas y la colmas de riqueza. Las nubes del Señor van por los campos, rebosantes de agua, como acequias… están verdes los pastos del desierto, las colinas con flores adornadas. Los prados se visten de rebaños, de trigales los valles se engalanan”. ¡Ojalá! Dicen en California, donde impera desde enero oficialmente el estado de emergencia, y en Brasil, donde el gran estado de Sao Paulo sufre una sequía extrema, a consecuencia de la estación de lluvias más escasa desde 1969, y en Grecia, España, Túnez, Turquía, la cosecha de olivos pinta muy mal.

Es más difícil conseguir datos precisos en nuestro país. Los habitantes del Valle de México se quejan de la lluvia pero no se preocupan por saber que pasa en Tamaulipas, Coahuila o Sonora. Hace tiempo que el Norte de Sonora la pasaba mal; por ejemplo la presa “Abelardo Rodríguez” estaba totalmente seca, iba a decir “como siempre”, no como siempre, pero como en muchas ocasiones. Por eso se le ocurrió al gobernador, Guillermo Padrés Elías, con la complicidad de las autoridades federales, brincarse todas las decisiones de justicia y trasvasar el agua del Valle del Yaqui hacía su capital: el acueducto entró en funcionamiento, a pesar de todos los amparos ganados por los quejosos de Cajeme y San Ignacio Río Muerto. Un último fallo obliga, teóricamente, el gobierno de Sonora a cerrar el acueducto, lo que, según el gobernador, dejaría a los hermosillenses sólo con tres horas al día de servicio de agua.

En los hechos, bien a bien, no se sabe qué pasa: abren y cierran, bloquean y el pleito ahí va. Felizmente llegó la lluvia y la Conagua le recomienda ahora al gobernador suspender el trasvaso ya que, gracias a las lluvias, “la situación ha cambiado radicalmente” y Hermosillo no sufrirá escasez el año entrante. ¿Hará caso el gobernador? ¿Suspenderá intimidaciones y maltratos para los que luchan contra su acueducto? En tal caso le daremos las gracias a El Niño.

Profesor e investigador del CIDE

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