Hace algunas semanas, un grupo de policías españoles perseguía a unos narcotraficantes, cuando su lancha se estrelló contra la de los delincuentes y se volteó, cayendo todos al mar. Los perseguidos, en lugar de aprovechar para huir, los ayudaron a subir a su bote y les salvaron la vida, aún sabiendo que eso significaría que los detendrían, lo que efectivamente sucedió.

Leo esta nota y la comparo con las nuestras: soldados emboscados, policías asesinados, agentes del orden insultados, correteados, apedreados, golpeados. Y no solamente por la delincuencia organizada sino por cualquier ladrón y también por los “buenos” ciudadanos, por el pueblo bueno. En México todo mundo maltrata a los uniformados. Y no solamente nadie les tiene el mínimo miedo sino tampoco el mínimo respeto, y por si eso no bastara, cuando se defienden terminan siendo los acusados de haber hecho las cosas mal.

A todo eso, se agregan hoy las disposiciones gubernamentales de no responder a las agresiones. Y por eso los policías de plano no llevan nada con qué protegerse o defenderse. Algo que la población sabe. Me pregunto, ¿quién en nuestro país va a querer ser del ejército o de la policía? ¿quién se va a apuntar para un trabajo riesgoso, mal pagado y encima desacreditado ante la sociedad?

Juan Pablo Becerra escribe: “Los soldados ya mejor piensan si le entran a enfrentar a los grupos delictivos con el riesgo de ir a la cárcel acusados de violar derechos humanos o que sean procesados por desobedecer las órdenes de enfrentar a los delincuentes.” Lo mismo opina un alcalde de Toxtepec, Puebla: “¿Ser policía? ora sí se la piensan”.

¿Puede ser entonces que pronto no tendremos soldados ni policías en México? Hay quienes piensan que eso sería lo mejor, pues no quieren que haya lo que califican como “cuerpos represores”. Pero no conozco ninguna sociedad que funcione sin ejército ni policía. Aunque hay varios países que no tienen ese tipo de cuerpos, tienen otros alternativos o convenios de defensa con países vecinos. Y no tienen las situaciones que tenemos de delincuencia y violencia.

Los humanos somos violentos por naturaleza, explicó René Girard, porque tenemos el deseo de poseer lo que el otro posee. Pero según Freud, para contener esa violencia, se creó la cultura, una “herramienta de contención para no asesinar al prójimo, para inhibir la respuesta natural agresiva, obligándonos a someter a nuestros instintos al super-yo cultural.” En México esa contención ya no parece funcionar. Y tampoco está funcionando la otra contención: la de los cuerpos policiacos o militares.

Cuando uno escucha las palabras de la madre de uno de los uniformados muertos en Aguililla, Michoacán: “no dejen a sus hijos entrar a la policía, los tienen sin armas, los mandan para que los cacen, ¿cómo se defienden?”, y cuando uno ve que no hay nadie que salga a apoyar a los policías o a los soldados cuando están en problemas, mientras que son muchos los que están prestos para apoyar a sus compañeros delincuentes, no solamente no se sorprende de que tantos soldados y policías se pasen del lado de la delincuencia, sino que se sorprende de que siga habiendo quienes no lo hayan hecho todavía. De hecho, no es difícil suponer que seguirá habiendo quién se apunte a ser delincuente pero no policía o soldado.

¿Y entonces? ¿Volveremos a los tiempos de la leva? ¿O se impondrá el servicio militar obligatorio y universal? Pero, ¿para qué, si de todos modos los delincuentes tienen ya ganada la batalla? ¿O no?

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