-Abuelito, ¿dónde quieres que te llevemos a comer el día de tu cumple?
—A ningún lado. Sólo quiero estar solo. Descansar. Dormirme hasta tarde. No bañarme. Andar descalzo y totalmente desnudo por la casa, todo el bendito día.
—Pero es que mi mamá me dijo que te preguntara.
—Pues ya me preguntaste, y ya te contesté. No es que no quiera celebrar mi cumpleaños contigo, con ustedes. Es que me gusta celebrarlo a mi manera.
—Y, ¿cuál es tu manera?
—Un día completito sin presiones. Sin tener que correr para arreglarme, y luego tener que correr para llegar a donde nos hayamos quedado de ver para ir a comer, y luego correr para llegar al restaurante y elegir una buena mesa, que no esté cerca del baño, para que no huela mal, ni de la cocina para que no haya mucho ruido de cubiertos y platos, pero que tampoco esté cerca de la entrada, para que no corra mucho aire frío.
—No había visto una comida de esa manera. 
—No, ¡y espérate! Que después de revisar 17 veces la carta, justo lo que pido, ¡no hay! Y entonces, tu madre comienza a presionar para que pida “lo que sea”, porque ella tiene que regresar a la oficina, y entonces me comienzo a desesperar y pido “lo que sea”, y cuando me lo traen, ¡se me antojó uno de los platillos de la mesa de en frente!
—¿En serio tan complicado es cumplir años?
—No. ¡Lo complicado es que yo cumpla 60 años! Me conozco, hijo. Por eso prefiero pasármela solito. Tranquilito. Y eso no quiere decir que esté deprimido, o que me sienta solo, o que me vaya a querer suicidar. ¡Por el contrario! ¡Agradeceré a la vida, a Dios, a mi familia, a todas y cada una de las personas que he conocido, a lo largo de estas seis décadas, en cada uno de estos 12 lustros. ¡En medio siglo, más 10!
—Y, ¿siempre lo celebras así?
—No. Mis primeros XV años me los celebraron como se le dio la gana a mis familiares, porque eran ellos quienes me lo celebraban. 
—¡Claro! Porque eras niño.
—Mis segundos XV años, los celebré con amigos y compañeros, a quienes les presumía mis fiestas, a las que iba Juan de las Pitas, o sea, ¡todo el mundo! Iba tanta gente que había momentos que me sentía invitado a una fiesta ajena.
—¿Y tus terceros XV años?
—Comencé a seleccionar a quiénes invitaba. Ya no eran fiestas, eran reuniones. Mandaba a preparar deliciosas y abundantes comidas, de todos tipos, ¡que al final todo mundo se llevaba! Casi nada de alcohol. 
—15, 30, 45, ¡60! ¿Cómo has celebrado tus XV años, más 
recientes?
—Con mi familia. Mis mejores amigos me invitaban a cenar a esos lugares glamorosos, a los cuales me encanta ir a comer ¡hamburguesas con papas!, costillitas a la BBQ y alitas picosas.
—¿En serio siempre comías lo mismo?
—Sí. Pero comencé a hacer algo muy importante: preparar yo mismo lo que compartiría con mis invitados. Básicamente les preparaba mariscos. 
—¿No había pastel?
—¡Siempre! Pero como odiaba lo de “¡mordida, mordida, mordida!”, ya no quería. Hasta que encontré su verdadero sentido.
—¿Cuál es?
—El pan, con el que se hace el pastel, es de trigo. En la Biblia, el trigo significa vida, y es considerado como el fruto de la buena semilla en el reino del Señor. Al yo tomar ese fruto, amasarlo, hornearlo, rellenarlo de algo dulce, adornarlo y compartirlo con mis seres amados, ¿qué es lo que estoy haciendo realmente?
—¡Celebrando la vida!
—Y así agradezco, al compartir la buena semilla, la dicha y la felicidad de vivir.
—¡Qué hermoso! ¡Nunca se me había ocurrido verlo de esa manera! ¡Te voy a hacer un pastel!
—¿Sabes cómo hacerlo?
—¡YouTube está repleto de 
tutoriales! 
—Cambiaré mi celebración este año: ¡tú haces el pastel y yo los mariscos! ¡Avísale a tu mamá!


                                                                                                                                                                                                                                                                                            josuequino@gmail.com

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