Hay un movimiento encabezado por destacados analistas que está llamando a la ciudadanía a anular su voto en las próximas elecciones como forma de expresión del descontento en contra del estado de cosas en el país. Este llamado al voto nulo parte de la premisa de que todos los partidos son idénticos y que todos son igualmente responsables de la situación en la que nos encontramos. Además, el llamado al voto nulo de alguna manera presupone que éste puede ser un mensaje importante para los políticos, que los podría hacer recapacitar y modificar su comportamiento. Este discurso también se convierte en un argumento en contra del voto “al menos peor” mediante la analogía de que todas las frutas están podridas y que votar por el menos peor es aceptar el estado de cosas.

Evidentemente, este discurso sobresimplifica las cosas ya que pone en una sola dimensión una serie de características que evidentemente son multidimensionales. Los miembros de los distintos partidos pueden comportarse de manera similar en algunas cosas, pero no todos los partidos pugnan por las mismas políticas públicas. Hay diferencias de forma y de fondo en muchos de estos temas, en los que quizá como ciudadanos tengamos algún interés específico en promover.

Más allá del hecho de reconocer que cada quien tiene derecho a hacer con su voto lo que quiera, creo que el argumento a favor del voto nulo es bastante endeble y cuestionable. El argumento parte de la presunción de que el voto nulo afecta a todos los partidos por igual. Y no, no es así, los votos nulos (al igual que el abstencionismo) terminan beneficiando de manera especial a los partidos más grandes. Esto se debe a que el mecanismo relevante para la asignación de diputaciones plurinominales y del presupuesto público depende crucialmente de la distribución de votos de la llamada votación nacional válida. Esta votación es la que se obtiene cuando se eliminan de la votación total los votos nulos, los votos por candidatos independientes y los votos a los partidos que no hayan alcanzado el porcentaje mínimo para mantener su registro. Una vez eliminados estos, se utiliza la votación remanente para recalcular la distribución de la llamada votación nacional. Esto implica que si, por ejemplo, se cancelara el 20% de los votos por las diversas razones ya mencionadas, el 80% restante, es decir, la votación válida, debe inflarse hasta llegar al 100%. Esto se hace multiplicando el porcentaje de la votación de los partidos sobrevivientes por un factor de 1.25 (80% x 1.25 = 100%).

Así, por ejemplo, si un partido había obtenido 30% de la votación original, para propósitos de distribución de las diputaciones plurinominales y del presupuesto público habrá obtenido en realidad el 37.5% (es decir, se verá sobrerrepresentado en 7.5 puntos porcentuales). Por otro lado, si un partido sólo tuvo el 10% de la votación original, con el ajuste llegará apenas a 12.5% (es decir, una sobrerrepresentación de 2.5 puntos porcentuales). Por ello, entre más grande sea el partido, mayor será en términos absolutos el beneficio de la redistribución. No sorprende por ello que la coalición gobernante se vea tan cómoda con el llamado al voto nulo. Los priístas saben que eso les conviene en un momento en el que todas las encuestas los ponen en la delantera de las intenciones de voto, además de que saben que entre mayor sea la votación anulada, más cerca pueden estar de tener el control de la mayoría en el Congreso (para lo que necesitan alrededor del 42% de la votación válida).

Por eso, antes que hacer un llamado al voto nulo, creo que tiene mucho más sentido llamar a emitir un voto de castigo. Es decir, un voto que castigue a los principales responsables del estado de cosas. Esto, en mi opinión, implica un voto en contra de los partidos de la coalición que gobierna y que mantiene la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados (PRI-PVEM-Panal) y a favor de alguno de los otros partidos que tienen alguna probabilidad de mantener su registro. Es importante señalar que a diferencia del voto nulo, el cual puede terminar beneficiando al partido mayoritario, un voto de castigo tiene un efecto doble: no es un voto a favor de quien se quiere castigar y es un voto a favor de alguien que puede servir de contrapeso a ese mismo partido. Un voto en blanco es, por el contrario, equivalente a una abstención o a votar por un candidato no registrado. Es, en suma, un voto tirado a la basura.

Economista.

@esquivelgerardo gesquive@colmex.mx

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