¿Por qué 2008? Hace diez años la guerra-relámpago de Rusia contra Georgia le sirvió a Vladimir Vladimirovich para poner a prueba a Occidente. Una vez comprobada su debilidad, el hombre fuerte de San Petersburgo siguió cantando “¡Ay, Vladimir, no te rajes!”. Y no se rajó. Tampoco se había rajado antes de 2008: en los primeros días de su llegada al poder pasó una helada noche de invierno con los soldados en guerra y prometió ir a rematar a los chechenos hasta los retretes. Ahora sus aviones bombardean el norte de Siria, después de haber salvado a Bashar al Assad de la derrota. Para mayor e impotente coraje de EU.

La breve guerra de Georgia, cinco días en el verano de 2008, no pareció importante a los europeos y estadunidenses. Sin embargo, tiene razón Thorniké Gordadzé, antiguo ministro georgiano, ahora miembro del Instituto de Estudios Políticos de Paris (Le Monde, 14 de agosto). En 2006, predijo que Putin bien podría invadir a Georgia y quitarle parte de su territorio; también anunció como inevitable la tensión entre Rusia y Ucrania, pero se equivocó al decir que Ucrania era demasiado grande para ser atacada militarmente. Precisamente Gordadzé afirma que la guerra del 2008 “se revela capital para entender la evolución de la política de Putin y las intervenciones rusas posteriores, tanto en Ucrania como en Siria. Además, esa guerra finiquitó la formación de la visión que tiene Putin de las relaciones internacionales: que el uso de la fuerza en total desprecio del derecho internacional estaría siempre provechoso en última instancia”.

La guerra de Georgia fue la primera intervención militar rusa al extranjero, desde la entrada del Ejército Rojo en Afganistán, en diciembre de 1979. Fue celebrada como el principio de la restauración de Rusia como gran potencia mundial; fue, en efecto, una victoria geopolítica mayor y, para Putin, un triunfo político que le valió una inmensa popularidad. Al comprobar los graves defectos del ejército y el estado lamentable de su material, Putin lanzó un programa duradero de modernización de las fuerzas armadas rusas. La ocupación de Crimea por los “pequeños hombres verdes”, tropas rusas en realidad, y la intervención militar en Siria han demostrado que esa modernización ha sido lograda. El nuevo material desfiló en la gran parada tradicional del 9 de mayo (aniversario de la victoria de 1945) en la Plaza Roja, en Moscú. El presidente ruso puede felicitar al Estado Mayor General y decir que “nuevos tipos de armas han sido experimentados en situación real contra terroristas”. Sin olvidar las posibles guerras clásicas, los militares han preparado al ejército para las guerras híbridas, calificadas por el general jefe del Estado Mayor, Valeri Guerasimov, de “guerras no declaradas”. La ocupación de Crimea, sin un solo disparo, en 2014, inmediatamente seguida por los combates en el Oriente de Ucrania (que duran hasta la fecha: hace quince días, una bomba mató al líder de los separatistas pro-rusos de Donetsk), la intervención en Siria desde 2015, han demostrado la fuerza del nuevo ejército ruso. Del 11 al 15 de septiembre, acaba de realizar las mayores maniobras militares desde la época soviética, en Siberia oriental: 300,000 soldados, mil aviones, dos flotas, con la participación de unidades de China y Mongolia. Prueba que el Estado Mayor no olvida las guerras convencionales a gran escala.

Oficialmente, Rusia no está en guerra, pero ve enemigos por todos lados y justifica todas sus acciones como “defensivas”. Lo mismo, castigar espiones que traicionaron, que intervenir en las elecciones en Estados Unidos y Europa, mandar mercenarios en África y Donetsk… Los especialistas han de tener razón cuando estiman que “la Rusia moderna está mejor preparada para una confrontación que la URSS, formalmente más poderosa”. Ha desarrollado un arma clásica, la propaganda, una propaganda muy modernizada.

El presidente Putin no disimuló nunca que su meta es revertir las consecuencias del “mayor desastre geopolítico del siglo XX”, la caída de la URSS.

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