Como a varios colegas, la Comisión Nacional para la Mejora Continua de la Educación (Mejoredu) tuvo la gentileza de mandarme una serie de documentos que ha publicado recientemente. Hubo uno que captó mi atención de manera inmediata: “La violencia entre estudiantes de educación básica y media superior. Aportaciones sobre su frecuencia y variables asociadas a partir de estudios de gran escala” (2021).

Este cuaderno es interesante tanto por el momento que vivimos como porque se reconoce, explícitamente, el valor de las pruebas a “gran escala”. Para comprender un fenómeno tan complejo y preocupante como la violencia en el sistema educativo, hay que utilizar algunos datos de pruebas estandarizadas que sean representativos, confiables y comparables a través del tiempo.

La violencia es “el uso deliberado de la fuerza física o el poder ya sea como amenaza o de manera efectiva, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o pueda causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones”, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud. A esta definición hay que agregarle, según Mejoredu, el adjetivo “escolar”. Con base en diversos autores, violencia escolar es entonces aquella que “puede darse en toda acción, situación, o relación que suceda dentro de los límites físicos del plantel escolar o en el marco de una relación social gestada en la escuela, que atente contra la integridad física, moral, psicológica o social de algún miembro de la comunidad escolar.”

Como toda definición, ésta tiene ventajas y limitaciones. Entre las primeras, nos pone a reflexionar —y hace responsables— sobre las reglas de interacción y convivencia que cada uno construimos dentro de nuestro propio espacio escolar o universitario. No todo viene de afuera. De hecho, el reporte de Mejoredu retoma los hallazgos de las investigaciones del extinto INEE (Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, 2007) que sugieren que el nivel de exigencia académica, la “experiencia escolar” y el grado de mantenimiento de la disciplina están directamente asociados con los índices de participación de estudiantes en actos de violencia. Si la violencia puede ser internamente generada por cada centro escolar, podríamos entonces centrarnos en la gestión de nuestras acciones y comportamientos para prevenirla. Pero ¿cómo contener el hecho real de la violencia al que se enfrentan diariamente estudiantes, docentes, y autoridades educativas?

Una de las limitaciones del concepto de “violencia escolar” es que puede desviarnos de pensar por qué y cómo la violencia originada en el medio social, es decir, externamente puede ser reproducida por nuestros distintos centros escolares. De ahí que quizás sea mejor hablar de violencia “dentro de la escuela y fuera de ella” para establecer más claramente los objetivos de los programas y las políticas. Prevenir, contener y combatir la violencia en las escuelas será un reto mayúsculo de la nueva agenda educativa.

En este sentido, y gracias al reporte de Mejoredu, que retoma diversos aportes de la investigación educativa, habrá que discutir si los nuevos diseños de política pública se deben circunscribir en el ámbito de la violencia como tal o dentro del campo de estudio de “convivencia escolar”, una línea que han cultivado por tiempo destacadas académicas y académicos. Lo primero podría darle mayor peso al tema, pero lo segundo sugiere un ámbito de intervención integral y cercano a la vida escolar cotidiana, la cual es diariamente desafiada por una creciente inseguridad pública, polarización e intolerancia.

Investigador  de la UAQ

Google News