Charles Dickens, según José Emilio Pacheco, fue el narrador más exitoso de todos los tiempos: “Pocos han transformado como él la vida en palabras. Durante un cuarto de siglo, entre 1836 y 1870, y mediante el humor, el suspenso, el sentimentalismo, Dickens mantuvo creciente el interés de todo el mundo”.

En el inicio de su novela Historia de dos ciudades, Dickens habla del “invierno de nuestra amargura”: “Fue el mejor de los tiempos, fue el peor de los tiempos, fue la edad de la sabiduría, fue la edad de la locura, fue la época de las creencias, fue la época de la incredulidad, fue la era de la Luz, fue la estación de las Tinieblas, fue la primavera de la esperanza…”

Para mí, el momento de cambio ocurrió en verano. El martes 25 de junio de 2019, a las 4:30 de la tarde, conducía mi coche, un lindo Kia 2017 color plata, sobre la avenida Universidad de la ciudad de Querétaro, rumbo al oriente. Al llegar a una intersección, se encendió para mí la luz verde del semáforo. Avancé y vi de reojo una camioneta que a gran velocidad se pasaba el alto.

El primer golpe destruyó el motor de mi auto, que giró sobre el asfalto para recibir otro golpe en la cajuela y seguir girando hasta quedar sobre la acera del boulevard Bernardo Quintana. En segundos concluyó esa danza macabra. No perdí el conocimiento pero tardé varios minutos en ver bien: un manto negro cubrió mis ojos. Luego, aparecieron luces blancas. Por fin se aclaró la imagen y un muchacho se acercó, abrió la portezuela y se presentó: “Soy paramédico y vengo a ayudarle”.

Este chico abrió la cajuela de guantes, sacó los documentos de mi seguro y le llamó al ajustador. Llamó a la ambulancia y a la policía. Tomó de mi bolsa el teléfono celular y marcó el número de mi marido para que yo hablara con él. Estuvo conmigo un largo rato. Pronto llegaron mi esposo, mis hijos y mi yerno. Fue una tarde larga, que ha quedado en mi memoria como una película que vuelvo a proyectar en la mente por ser una fuente de aprendizaje, un estímulo para la gratitud.

Esa mañana había llevado a mis padres a varios lugares. Casi tres horas estuvieron en mi coche. Por gracia de Dios yo iba sola cuando ocurrió el accidente que dispersó en el asfalto partes del vehículo: la facia y la defensa quedaron a unos 10 metros, vidrios y partes de plástico fueron triturados por otros coches.

He vivido semanas en convalecencia de una fractura de clavícula y la operación posterior, además de otros golpes. He tenido que posponer muchas actividades. Sin embargo, necesitaría una fortuna para pagar el hecho de que el coche quedara a centímetros de un poste de luz, un semáforo de peatones y un transformador eléctrico. Ninguna persona caminaba sobre la banqueta, ningún vehículo se atravesó en el giro de mi auto. ¿Cómo agradecer al ángel paramédico su ayuda, si no supe su nombre?

Tengo la conciencia plena de que esta es una nueva oportunidad que me brinda la vida para tener los ojos abiertos, para que broten frases constructivas de mis labios y para seguir amando a los que amo.

Neruda, en su “Oda a la vida”, escribió: “La noche entera / con un hacha / me ha golpeado el dolor, / pero el sueño / pasó lavando como un agua oscura / piedras ensangrentadas. / Hoy de nuevo estoy vivo. / De nuevo / te levanto, vida, / sobre mis hombros”.

Derek Walcott, Premio Nobel de Literatura de 1992, publicó el poema “El amor después del amor”, que dice: “Llegará el tiempo / en el que, con gran alegría, / te saludarás a ti mismo, / al tú que llega a tu puerta, / al que ves en tu espejo / y cada uno sonreirá al dar la bienvenida del otro, / y dirá: ‘Siéntate aquí. Come’. / Seguirás amando al extraño que fuiste tú mismo. / Ofrece vino, ofrece pan. Devuelve tu amor / a ti mismo, al extraño que te amó / toda tu vida, a quien no has conocido / por conocer a otro / que te conoce de memoria”.

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