“Quien desde fuera mira a través de una ventana abierta, jamás ve tantas cosas como quien mira una ventana cerrada. No hay objeto más profundo, misterioso, fecundo, tenebroso y deslumbrante que una ventana tenuemente iluminada por un candil”. Este párrafo de Charles Baudelaire es un pretexto para recordar viajes, caminatas, pláticas con amigos.

Cae la tarde: el día se apaga mientras se encienden luces en los edificios de las grandes ciudades. Si se tiene tiempo para detenerse en la acera de enfrente, se verán siluetas que se mueven, rostros más definidos, parejas en la cocina. Uno quisiera escuchar sus diálogos, saber cómo viven otros. Por eso, se inventó el cine, la ventana indiscreta.

Era 1985. Mi marido y yo recorríamos la National Gallery de Washington. Vivíamos en Boston y sentíamos nostalgia del terruño. En una de las salas, apareció ante nosotros “Una muchacha y su dueña” de Bartolomé E. Murillo, óleo sobre tela de 1660. Su belleza me conmovió. Pasé varios minutos frente a la pieza del sevillano, encantada. A partir de ese viaje, me dediqué a realizar un proyecto editorial cuyo propósito era que desde las páginas de una revista los lectores vieran un paisaje siempre distinto, para mirar a lo lejos y reflexionar sobre lo que está cerca.

Al regresar a casa, fundamos la empresa que publicó Ventana de Querétaro. Editarla fue una experiencia profunda, una serie de placeres y muchos retos. En palabras de Alfonsina Storni: “El mundo late; toda su armonía / la siento tan vibrante que hago mía / cuanto escancio en su trova de hechicera. / ¡Es que abrí la ventana hace un momento / y en las alas finísimas del viento / me ha traído su sol la primavera!”

Durante unos años fui profesora en California. Al terminar las clases, manejaba a casa entre las colinas de una zona residencial. Desde mi coche, a través de los cristales sin cortinas, veía salas iluminadas con niños jugando, familias reunidas alrededor de la mesa. En mi ciudad, Querétaro, las casas del casco viejo no muestran su intimidad. Muros gruesos resguardan sus habitaciones de ventanas cerradas. Acá, la vida transcurre de puertas adentro.

Cuando llega la noche, la ventana nos lleva a imaginar otra vida. El poema “Va la brisa reciente” de Luis Cernuda, describe: “Verdes están las hojas / el crepúsculo huye. / Anegándose en sombra / las fugitivas luces. // En su paz la ventana / restituye a diario / las estrellas, el aire / y el que estaba soñando”.

La luna durmió conmigo, afirma Luis Lloréns Torres: “Esta noche la luna no quiere que yo duerma. / Esta noche la luna saltó por la ventana. / Y, novia que se quita su ropa de azahares, / toda ella desnuda, se ha metido en mi cama”.

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