Con todo respeto y cariño a Laura Cecilia González Bautista, a quien siempre recordaré con gran afecto.

No recuerdo exactamente cómo ocurrió. Fue hace ya algunos años, con el extinto cuarteto de cuerdas “Klee”, del que tuve el honor de ser integrante, estábamos preparándonos para uno de los conciertos más importantes en la historia de aquel ensamble, que tuvo lugar en la antigua estación del ferrocarril. Ahí mismo, después de uno de los últimos ensayos, llegó la reportera de cultura Chío Benítez, por parte de EL UNIVERSAL Querétaro, para hacernos una entrevista y promocionar nuestro concierto; y después de hacerme un comentario sobre mi instrumento, de manera bastante altanera le contesté: “¡No es un violín, es una viola!”.

La confusión de mi ahora muy querida amiga Chío, a quien le debo una de las mejores oportunidades que he tenido en mi vida  —que es la de poder tener una columna en un espacio privilegiado como este, sin tener la preparación necesaria para hacerlo—, no tiene nada de malo y le puede ocurrir a cualquiera. A simple vista una viola y un violín son exactamente iguales, pero observándolos con atención uno ya puede notar que no son del mismo tamaño, pero tampoco sería extraño que hubiera violines de distintas medidas como, en efecto, ocurre con otros instrumentos.

No hay una fecha ni un personaje exacto al que se pueda uno referir en cuanto al invento del violín y de la viola. Es necesario que nos remontemos a la Europa del renacimiento. En esa época que como todos sabemos fue de un enorme esplendor para las artes, era posible encontrar una interesante variedad de instrumentos de cuerda que en vez de pulsarse como el arpa o el laúd, se frotaban con un arco. A cualquier instrumento de ese tipo se le llama “viola”. Estos básicamente estaban divididos en dos familias: Viola da gamba (pierna en italiano) y viola da braccio (brazo).

El instrumento fino, elegante, propio de música académica que se tocaba en palacios para las clases “privilegiadas” eran las violas da gamba, similares aunque con notables diferencias, a nuestros actuales violoncellos. El instrumento que usaba el músico callejero, que tocaba en tabernas para música más popular, era la viola da braccio.

Con la llegada de la época barroca ya encontramos con más precisión a la viola definida como un instrumento con las mismas características de las que hoy conocemos y posterior a la misma, como un hermano pequeño surge el violín (violino en italiano viene siendo un diminutivo de la palabra “viola”).

La viola da gamba cae en desuso y tanto las simplemente “violas”, como los violines se vuelven instrumentos plenamente aceptados por los músicos académicos. Italia se convierte en la cuna de grandes lauderos especializados en fabricar ese tipo de instrumentos y de los más importantes violinistas que son también compositores que dejan una enorme herencia de repertorio para el instrumento.

Y sucede que, por sus características particulares, el violín rápidamente se vuelve el consentido de todos, opacando por completo a su hermana mayor, a la que relega a ser simplemente un instrumento más de “relleno”, como parte de la orquesta.

Por poner un ejemplo, el célebre compositor del barroco, Antonio Vivaldi escribió más de 300 conciertos donde el violín lleva una parte como solista, mientras que conciertos para viola… no, no escribió ninguno. Para ser exactos de ese prolifero periodo para la música, con un muy particular énfasis en las obras para violín solamente existen dos conciertos en los que la viola es solista. Un señor de nombre George Philipp Telemann escribió un concierto para viola y un concierto para dos violas y orquesta.

Yo soy tanto violista como violinista. Para mí ninguno de los dos instrumentos es más importante que el otro. Tengo el honor y el gusto de ser integrante de la Orquesta Filarmónica de Querétaro desde el año 2002, y desde aquel entonces estuve en la sección de violas hasta que en 2016 pasé a formar parte de los violines primeros.

Desgraciadamente y de manera universal, de las violas y de los violistas se ha formado una injusta y equivocada mala fama. Se tiene la falsa idea de que los violistas son algo así como violinistas torpes. Existen muchos chistes de violistas. Las violas suele ser la sección que más bullying reciben por parte del resto de la orquesta.  Y hay que decirlo, para los violistas eso más bien resulta gracioso.

Mauricio Mayorga Alvarado “El Mosco”, violinista de la OFEQ
mauricio.mayorga.alvarado@gmail.com

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