En uno de esos viajes con cámara en mano, tuve la oportunidad de visitar en el sur de Francia un pequeño pueblo llamado Nimes, lugar con un importante número de vestigios romanos, entre ellos el más reconocido de dicha demarcación es la Arena de Nimes, un anfiteatro que data del año 27 AC y es el mejor conservado en el mundo, a pesar de que en el transcurso del tiempo fue una fortaleza y llegó a tener en su interior alrededor de cien viviendas y un par de capillas, hasta que en el siglo XVIII le fue devuelto su aspecto original. Cabe mencionar que a la fecha mantiene un uso activo para eventos taurinos, artísticos y culturales.

Visitar dicho lugar,  te brinda la posibilidad de recorrerlo al interior y conocer un museo de sitio que reúne la información sobre el uso original que tuvo en la época del emperador romano Augusto: la realización de combates de gladiadores, entre ellos y con fieras. En el recorrido te vas enterando las diversas categorías y herramientas utilizadas por los hombres dedicados a tan singular actividad, muy pocos por voluntad propia y la gran mayoría como esclavos. Para muchos de nosotros en la actualidad resulta difícil comprender la real dimensión de dichos eventos.

Hubo un momento en mi recorrido, en que al ingresar a uno de los túneles de dicho anfiteatro y del cual comparto esta simbólica fotografía, coincidieron la capacidad de asombro de estar en un lugar con tanta antigüedad y tan bien conservado, con esa parte emocional de imaginar el coraje, la angustia, la victoria y el dolor de la derrota o el propio silencio de la muerte en un breve trayecto rodeado de fantasmas que no pude ver, pero que inevitablemente percibía.

Me quedo con el testimonio, pero rescato el alto valor de encontrar vestigios vivos de un muy lejano pasado en la vida de la humanidad. Así también, abramos los sentidos en las visitas a los espacios que poco a poco se van haciendo viejos en un tiempo cercano al medio milenio, en este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

Twitter: @GerardoProal

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