Hoy más que nunca vivimos en un Querétaro de contrastes. Y no me refiero sólo a la desigualdad que sufren más de 100 mil queretanos sin servicios básicos como agua potable, luz o drenaje; sino también al Querétaro que teníamos hace cinco años en comparación con el que tenemos ahora, que presenta múltiples contrastes. Contrastes en la calidad de vida, los servicios, la seguridad y la economía.

Es normal que cualquier administración defienda sus acciones y trate de sobredimensionar sus “logros”, pero la realidad supera cualquier discurso o eslogan político.

Querétaro ha perdido su chispa y posición primordial en el contexto nacional.

No es invento ni mucho menos, las cifras son claras y contundentes. Nuestra entidad ha caído en varios indicadores. Por ejemplo, en crecimiento económico, pasamos de estar en los tres primeros lugares, con un crecimiento promedio de 6.5% al año, al lugar 16, con 2.5% en promedio.

En seguridad las cosas no van nada bien. Por un lado, varios delitos como el robo y la violencia intrafamiliar se han triplicado, mientras que la incidencia delictiva ha crecido en general 8 veces más.

Respecto a los servicios básicos, hoy estamos viendo los estragos de una mala planeación y el desabasto de nuestros mantos acuíferos. No hay un consumo equilibrado ni mucho menos programado, y quienes resienten más sus efectos son las personas más vulnerables. Ya lo hemos constatado, con las manifestaciones recientes de los grupos indígenas de la comunidad de Mexquititlán, Municipio de Amealco.

Asimismo, no tenemos un plan de vivienda que impulse el sector en beneficio de las personas más necesitadas, lo que provoca que el crecimiento y producción de asentamientos humanos vaya en aumento. No nos equivoquemos, las personas buscan esa opción de vivienda porque no hay otra más asequible, y es en gran parte por los altos costos de la tierra y los servicios. Es ahí donde el Estado debe intervenir y actuar.

Y que decir del transporte, que ha sido la gran promesa incumplida.

En las elecciones pasadas, el actual gobierno lo tomó como bandera política para ganar los comicios, dejando claro que sería una de sus prioridades. La realidad, a cinco años del cambio de administración, es un servicio deficiente, poco práctico y con muchos errores operativos.

Así pues, es innegable que los comparativos están a la orden del día, sobre todo en estos tiempos electorales, donde la ciudadanía tiene que tomar decisiones.

Por un lado, el votante debe resolver si optar por la continuidad o apostarle a un cambio. La continuidad representa conformismo y aceptación.

Es un refrendo de que las cosas marchan bien y que así queremos que sigan.

Por otro lado, la opción del cambio es latente, pero debe ser una decisión justa y razonada. Y es que hay de “cambios” a “cambios”. Podemos apostar por un cambio radical como el que representa MORENA, donde no hay coordinación, orden ni dirección; o podemos optar por un cambio institucional y responsable como el que representó yo.

Una opción política que sí tiene ganas de hacer las cosas, con conocimiento de causa y experiencia.

Ese es el contraste al que ahora nos enfrentamos. Una decisión importante: continuidad o cambio, y si optamos por el cambio, debemos decidir si un cambio razonable u otro drástico. Analicemos bien y tomemos la mejor decisión. El futuro de nuestra entidad y nuestra familia está en juego. Optemos por un CAMBIO VALIENTE.

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