Ya calificada la elección presidencial, instaladas las cámaras de Diputados y Senadores, al igual que la mayoría de los cargos electivos de una gran parte del país que fue a las urnas el pasado 1 de julio, el PRD ha decidido realizar su congreso nacional ordinario el próximo diciembre, los días 14, 15 y 16.

Nos alienta un ánimo de necesaria renovación para iniciar una nueva etapa que responda a los impulsos de la sociedad mexicana en sus exigencias de un cambio impostergable para lograr reformas profundas en la economía, la política, la cultura y la lucha contra la desigualdad social.

Ninguna fuerza política por sí sola, mucho menos el PRI encabezado por Peña Nieto —que llegará a Los Pinos con un gran déficit de legitimidad democrática— podrá encabezar los cambios.

12 años de gobiernos panistas que dejaron un vacío de transición democrática y no llenaron de alma social la alternancia, así como la falta de un abanico suficiente de alianzas y propuestas programáticas alternativas para conformar un nuevo bloque gobernante encabezado por la izquierda, hicieron posible el regreso del PRI a la Presidencia de la República, sostenido por una gran cantidad de poderes fácticos y aliados de órganos institucionales que terminaron validando la violación del Estado de derecho.

Estos 12 años también han evidenciado que las cosas no serán igual para el PRI a su regreso a la Presidencia de la República, como cuando salió de la misma en el año 2000. Por más que sus aliados le exijan a Enrique Peña Nieto que cumpla sus promesas —las públicas y las privadas— éste se enfrentará, en la contraparte, a una nueva correlación de fuerzas y a un país diferente, que maduró para grandes cambios.

El Partido Acción Nacional, colocado en tercer lugar, aunque como partido en lo individual sea mayor frente al PRD, no puede ignorar el castigo impuesto por la sociedad. Estará en la tentación de ser “oposición responsable” para reditar, hoy ante Peña Nieto lo que hizo con Carlos Salinas de Gortari en 1988.

El PRD, como principal fuerza de la izquierda, ahora de nueva cuenta en su haber con un gran capital político, está en la disyuntiva de reeditar el 2006, sin Andrés Manuel López Obrador adentro, o invertir ese capital político que depositó en sus manos la sociedad para entrar a un esquema que le permita iniciar un proceso racional y planeado de construcción de una nueva mayoría para gobernar en el 2018.

De eso debe tratar el próximo congreso nacional del PRD: dejar claro que somos una izquierda responsable, democrática, defensora de las causas de los sectores más necesitados de la sociedad y, al mismo tiempo, convencidos de que los cambios necesarios para recuperar el crecimiento económico, la generación de empleos, especialmente para los jóvenes, y programas que combatan la insultante desigualdad social, se deben hacer por vías pacíficas, legales, dentro del marco del Estado de derecho.

Por ello es que planteamos la urgente necesidad de un nuevo pacto social, un gran acuerdo nacional del que participen las fuerzas políticas, los empresarios y la representación sustantiva de la sociedad civil, para recuperar la vigencia del Estado mexicano sobre la totalidad del territorio y de las decisiones fundamentales de la vida pública, e imponerse sobre los poderes fácticos, teniendo como base el concepto de la gobernabilidad democrática.

El reto del PRD es ser la columna vertebral de este cambio para enfrentar las exigencias del México moderno. Lo será si nos asumimos y actuamos como una izquierda responsable en los gobiernos, en las representaciones en los congresos y en las luchas sociales y electorales de los próximos meses. Lo seremos si nos abrimos a nuevos sectores de la sociedad mexicana para que caminemos juntos. Si abrimos el abanico de nuestras confluencias y alianzas. Ese debe ser el núcleo de nuestra renovación.

Presidente nacional del PRD

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